Captura de pantalla de la lectura coordinada por Pedro Enríquez y Nicasio Urbina
Los poetas Pedro Enríquez, desde Granada (España) y el nicaragüense Nicasio Urbina, desde EE.UU., donde es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cincinnati, vienen coordinando unas lecturas semanales a las que invitan a poetas de los distintos poetas que conforman los países de habla hispana, pero también a autores de otros países que leen en castellano.
Este viernes 13 estuve con ellos y con los poetas Benjamín Chávez (Bolivia), Camila Valdebenito (Chile), Silvia Siller (México/Nueva York) y José Manuel Rodríguez Viedma (España). Estaba prevista la lectura de Gerardo Rodríguez (México), conocido en Salamanca por haber sido invitado el pasado año al XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos y por haber ganado el Premio António Salvado-Ciudad de Castelo Branco (Portugal) y el Premio Francisco de Aldana en Lengua Castellana, convocado en Nápoles y entregado en Salamanca. Lamentablemente falló su conexión a la Internet, y no pudimos escucharle y departir con él.
Aquí tienen el enlace de la sesión completa de POESÍA, INSTANTE INFINITO
https://www.youtube.com/watch?v=TIEw07v-C9k&feature=youtu.be
Y aquí los textos que leí, todos seleccionados de la parte IV de mi libro "Cartografía de las Revelaciones (Verbum, Madrid, 2011). Al final va un breve comentario de Raúl Zurita, escrito por entonces tras leer el libro. Los poemas que cita, y que más le agradaron, están en la parte I del mismo.
Fotografía de José Amador Martín
TROFEOS HUECOS
Se agotaron los prestigios.
Hasta el niño menos viejo sabe que tras el cristal blindado
muchas manos ensucian la mecedora de los sueños,
restan opciones, ignoran el código del arpa taciturna
y exhiben identidades acordadas.
Mejor dejemos que alardeen por su cuenta
esas sombras que dan vueltas
pero no aran la tierra de labor, no fertilizan los surcos
heredados ni captan la luz maciza del alma
que es la gloria, verbos que el cemento no deja libre
porque no están ungidos sus cuerpos aplastados,
sospechosamente neutros, sin secretos de estado, sin
lenguaje suficiente que conmueva por adentro.
Nos despedazan, nos devoran, nos ponen
en punto muerto: comienza otro lunes demasiado brutal
para nuestra estatura, otro lunes tiranizando
su escándalo. Qué tristeza esta obra que encalla, que
encanalla, que hincha desmayos y desganas.
Se agotaron los prestigios en medio de la pena,
del invierno, de las tenazas del viento blanco,
del rayo sin víctimas rico en metamorfosis espurias,
voceadas cual pétalos sin parangón traspapelando papeles,
cambiando en lugar de éste y éste, poniendo demasiados
voltios para la juerga, para la bolsa, para la alfombra
por donde pasarán ciegos y sordos solamente,
solamente,
solamente,
solamente?
Fotografía de José Amador Martín
ACECHAN DESIERTOS
Ser dueño de bosques desaparecidos es pertenecer
a la derrota de un mundo que otorgó fulgores a mi infancia
antes de la rueda turbulenta del fuego,
antes que se extinguieran los frutos que teñían
hasta la médula del alma
de los míos que redescubro ahora si los evoco
por este páramo de alguna flor sobreviviendo endeble
sobre el estío en cuyas brasas
parecen crepitar las lindes de lo que pensé cuando joven,
rápido en probar del manjar de la ilusión.
Esta mirada por encima del secarral
aparta trofeos de oxidado latón, sedentarias aureolas,
juegos fosforescentes
que adulteraron la humilde ceremonia
de existir sin acaparar.
Acechan desiertos con sus siglos de arena
coronando la envoltura de la tierra. Acechan climas
ensayando arrojos en latitudes equivocadas.
Acechan semillas amargas y días de ceniza apurando
pesadumbres en lo profundo de los ojos
o del corazón desmesurado, propenso al entusiasmo
que ya no vuelve con lenguaje amparador.
Duele el aire que hostiga entre los rastrojos, echado yo
sobre la hierba seca del verano
cuyos llameantes dedales tocan mi piel como fieras.
Va y viene lo que pienso ahora, a la izquierda
del zarpazo susodicho,
resarciendo la otra existencia que emerge más allá
de vitrinas acicaladas, inventario
de lo que no gira adentro de uno mismo.
Heme aquí visionando árboles que ardieron
o fueron cortados con diáfana impunidad. Heme aquí
entonando la canción del regreso
bajo los truenos inaudibles del recuerdo.
Aquí, aquí, aquí, donde el estío me combate
con las alas de un pájaro angustiado.
Fotografía de José Amador Martín
Mientras los inquisidores comprueban
que el hombre existe
y llena su zurrón de pérdidas y ganancias,
él sigue residiendo donde los relojes avanzan
con su derecho a no dar la última hora.
Quieren taparle la voz con las manos de la intriga,
mientras alzan sus copas color envidia
o perpetran postergaciones y panfletos;
pero el hombre sigue con su único menester:
sumar a sus crónicas las primicias
de indesmayables vuelos.
Así camina entre el aliento de las gentes,
apartando celos y malentendidos,
ofreciendo amor con las pestañas de sus ojos,
palabra a palabra dispuestas a perdonar
trampas de la ciudad pequeña.
Las ventanas de su corazón están abiertas.
Es cuestión de preferencias, de no huir del asombro,
de saber que el tiempo es dulce y mezquino:
así va sintiendo cómo la ciudad pequeña
va amarrándose al tallo envolvente de su espíritu.
Mientras se empeñan en dejarlo de lado,
queriendo evaporarlo con amargos
incendios viscerales, él destila buen humor,
ofrece de comer a los pájaros
y termina por creer que tantas zancadillas
sólo fueron sueño.
A. P. Alencart escuchando la lectura de demás poetas participantes (Foto de José Alfredo Pérez Alencar)
Portada de Cartografía de las revelaciones (Verbum, Madrid, 2011), con pintura de Miguel Elías
LAS REVELACIONES DE ALFREDO PEREZ ALENCART
Raúl Zurita
Detrás de todo poema logrado hay un duro tránsito por el fracaso y la imposibilidad de escribir una poesía que tenga un sello propio, un tono, esa voz que hace inconfundible a César Vallejo, a Walt Whitman, a Antonio Machado, a Pablo Neruda, a Federico García Lorca. Es esa angustia extrema, la angustia ante la propia mudez, ante la incapacidad de encontrar aquello que solo uno puede expresar, ese corazón íntimo, secreto, que se esconde en el fondo de las palabras, en suma, es ese indecible sufrimiento el precio que hay que pagar por la apuesta nunca segura de escribir El poema. Es el precio sin el cual no hay buena poesía. Ese precio en la obra de Pérez Alencart ya está pagado y por eso pudo escribir sus poemas de Cristo del Alma.
En el que es de lejos su mejor libro, Cartografía de las revelaciones, Alfredo Pérez Alencart alcanza una voz propia que se inicia con los poemas a Cristo: donde logra fundir la tradición lírica de la poesía peninsular con el aliento épico de la poesía latinoamericana, y poemas como "Pensativos en esta noche de nadie", "Aquí estoy para vivir", "La mano de los muertos", junto al resto del libro, se cuentan entre los poemas que se deben escuchar dentro de la más reciente poesía en castellano.
El destacado poeta chileno Raúl Zurita
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