Mientras los periódicos de este país son descarados cómplices de las acusaciones infundadas y la persecución que los gobiernos supuestamente democráticos ejercen contra Edward Snowden, Julian Assange o Hervé Falciani, indignamente acosados y acusados por suministrar información verdadera y contrastada sobre manejos mafiosos, corruptos y criminales, esos mismos periódicos ponen el grito en el cielo por la publicación en el Boletín Oficial del Estado de España de un 'Procedimiento de Actuación contra la Desinformación' que, dicen, pretende censurarlos. Desde que se anunció esa publicación, con más pena que gloria y subrayando la baratura de la opinión periodística y los medios que la difunden, las columnas, los editoriales, los comentarios y los titulares españoles echan humo, maldicen, se escandalizan y poco menos que llaman a la rebelión callejera contra el totalitarismo que, aseguran, anuncia esa disposición.
Cuando la inmensa mayoría de los informativos de televisión y radio, los diarios de papel y digitales en España, los tertulianos y los hagiógrafos de vía estrecha tergiversan y manipulan con intención de ocultar, y ocultan, las informaciones sobre las delictivas acciones y los comportamientos vergonzosos de ofensa constante a la ciudadanía española de Juan Carlos de Borbón, como si de pronto se hubiesen abierto las puertas a la censura inquisitorial y la mordaza periodística, se suceden las advertencias y alarmas de eso mismos medios contra, dicen, la implantación en este país, a causa de ese 'Procedimiento', de lo más oscuro del Orwell de 1984, se multiplican las prevenciones contra, afirman, el próximo Gran Hermano español estalinista y censor, aumentan las inquietudes por la creación, advierten, de un futuro e inclemente Ministerio de la Verdad (o de la Mentira, que tanto da para la arenga), y se amontonan los intentos de exorcismo contra los demonios que, están seguros, van a desatarse contra la Libertad.
El "Procedimiento de Actuación contra la Desinformación" (cuya atenta lectura sería aconsejable para quienes, sin leerlo y mucho menos comprender su sentido, se sirven de titulares y frases hechas como argumento, al igual que les sería de gran utilidad leer a Orwell antes de citarlo por la solapa, o también repasar los fundamentos de algunas teorías de la verdad o la definición de verosimilitud, el sentido de negligencia o el valor informativo del término 'contraste de la noticia'), era ya necesario en España para intentar que la honestidad y la profesionalidad (y, sí, la verdad) empiecen a primar sobre la inmensa montaña de desinformación en todas sus facetas. Ya la Unión Europea, que ha alabado la publicación del citado 'Procedimiento', había advertido del enorme peligro del crecimiento no solo de las fake news en las redes digitales y sitios permanentes de la desinformación, sino de la degradación creciente del sistema democrático a causa del descontrol absoluto con que muchos medios de comunicación 'tradicionales', han extendido y extienden bulos, publican mentiras, deseducan.
Más allá de las redes sociales, de la nueva realidad comunicacional que propicia la digitalización y el acceso público al debate, una suerte de "inviolabilidad", que tiene mucho que ver con el corporativismo y el gregarismo, ha venido asentándose en los medios de comunicación españoles que, salvando excepciones (pocas), han venido apropiándose, como si fuesen sus únicos defensores, de categorías como 'garantes de la libertad de expresión', 'vigilantes del derecho a la información' o 'defensores de la democracia', para justificar en muchas ocasiones el engaño deliberado, la incontestabilidad, la parcialidad interesada, la divulgación con fines lucrativos o partidistas, el amarillismo, la cultura como consumo, la defensa del poderoso, el sensacionalismo, la intromisión, el desprecio al adversario, la información falsa, la noticia engañosa o la impunidad ante el perjuicio público de una determinada postura ideológica, sin que ello, "perro no come perro", haya provocado admonición alguna ni crítica por parte de otros medios, teóricamente distantes, que ni se plantean romper la auto-aureola general que se otorgan de defensores de la democracia y la libertad.
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