Es cierto que el mundo es lo que vemos y, sin embargo, tenemos que aprender a verlo. M. MERLEAU- PONTY No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos. A. SAINT-EXUPÉRY El rostro me pide y me ordena. E. LEVINAS
No se trata de dar la vista, nos recordaba Platón, sino mirar a donde es menester y darse cuenta con hondura de los aspectos de la realidad y poder percibir las cosas de otra manera. La ética del respeto nos interpelaría para un único compromiso: Mirar con atención el mundo que nos rodea. Una sociedad como la nuestra, está cargada de sofismas y nos lleva a una mirada poco profunda, indiscreta y desde la indiferencia a las realidades sufrientes y vulnerables.
Hoy, más que nunca, necesitamos un mirar atento, un contemplar lento y reflexivo, cuidadoso con las pequeñas cosas. Un mirar que nos conecte con el mundo y nos haga visibles los sufrimientos invisibles e inoportunos. Este mirar atento, tiene mucho que ver con el respeto, con la persona, con la fragilidad, con la dignidad, con la solidaridad, con la justicia, con el otro, con lo otro, con uno mismo.
Esta mirada se hace necesaria en un mundo donde todo fluctúa en la indiferencia sin cualidades, rico en cosas materiales, casi todo consumible y desechable, donde muchos no se reconocen en la trivialidad casi inhumana. Frente a la cultura del yo y del egoísmo, del distanciamiento total, la mirada atenta propone la proximidad, la supresión de toda distancia. Una sociedad analfabeta de emociones e inflada de miedos, instalada en la banalidad y en la ceguera.
Es necesario volver a mirar con una mirada humilde e indagadora para ver claro, como nos decía Saint-Exupéry, basta con cambiar la dirección. Aprender a mirar significa mirar de nuevo, como si las cosas aparecieran por primera vez, centrarse en lo esencial, lo sencillo y lo más humano. Nuestra mirada atenta, requiere abrir la ventana del alma que reclama todo lo humano y nada resulta ajeno, es un situarse en la cercanía de la humanidad herida desde la sim-patía. La simpatía es un detenerse ante el misterio del hombre y saber mirarlo con amor, ser solidario, mantenerse en onda, escuchar, entender, dialogar y discernir.
Las colas del hambre repuntan y vuelven a nuestras calles, aumenta el número de personas que piden ayuda, las nuevas restricciones para defendernos de este virus maldito provocarán más paro, más ERTE, más retrasos en las ayudas, más cierres de comercios, más precariedad e inseguridad económica de muchas familias. Una pobreza que crece al ritmo de los contagios del virus, además, aumenta el número de personas que se quedan en la calle. La vulnerabilidad y la precariedad las dejan sin palabras, no son capaces de gritar su protesta.
El grito de la desesperación nos interpela a una mirada de la misericordia, más eficaz y comprometedora. Esta mirada no nos deja indiferentes, sino inquietos y alterados ante las decenas de personas que acuden a recibir su ración diaria de comida, ante las lágrimas de los más pequeños, una mirada que es una mezcla de asombro y de indignación. Es la mirada de tantos sufrientes al borde del camino, su mirada es mi mirada, es una mirada prójima que apela a lo más profundo del corazón.
La mirada atenta y misericordiosa se inclina para acercarse al herido, al necesitado, se compromete con su situación, toca sus heridas. No es suficiente estar informados, hay que acercarse a la cuneta y palpar el dolor y los gemidos. La mirada atenta es una mirada llena de cariño, respeto y amor, es una mirada inclinada a aliviar el sufrimiento e infundir esperanza. Esa mirada atenta sabe mirar la vida amorosamente hasta el fondo y puede vislumbrar las huellas de ese misterio que nos transciende en el hermano sufriente.
Nuestra mirada es humilde, a ras de tierra (humus), abajadnos de nuestros idearios narcisistas colonizados por la sociedad del bienestar, para reconocer tanto nuestras debilidades como capacidades. La humildad nos permite pisar tierra y construir nuestra identidad de manera lúcida desde lo que realmente somos y poder buscar la auténtica verdad. Mantenerse arrojados en la tierra, nos permite que la búsqueda del sentido existencial puede ser fecunda, no se agota en uno mismo y se abre a la realidad espiritual, esa realidad misteriosa y silente que identificamos como Dios.
Mirar nuestro mundo desde la humildad es mirar con ojos espiritualmente abiertos, liberar la mirada para no perder la razón y la solidaridad, como recordaba Saramago en su Ensayo sobre la ceguera. El excelente escritor articula un grito humano sin Dios, pero ante la situación de nuestra realidad, llama a desplegar la lucidez y el vivir con humanidad ante la indiferencia existencial. Esa lucidez de Saramago agita las bienaventuranzas del Reino.
Tal vez, en esa lucidez está la esencia del Evangelio: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Amar al prójimo es la clave de todo lo bueno y lo distintivo del ser cristiano. El amor al prójimo, nos recordaba Juan Crisóstomo, es mejor que cualquier práctica de virtud o de penitencia, mejor incluso que el martirio. La espiritualidad de la mirada atenta comienza por "abrir los ojos", germina en un corazón educado en la misericordia y se hace realidad en abajarse a socorrer al herido.
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