Todos estaremos de acuerdo en que el lenguaje es algo vivo, algo que se transforma con el paso del tiempo. Y en esta permanente transformación incorpora palabras nuevas (almóndiga, cocreta, muesli, zasca); otras quedan en el olvido (chamarilero[1], herrete[2], francachela[3], trinquis[4]); también las hay que modifican su significado como retrete que, hace años, era un cuarto pequeño de la casa o siesta que nada tenía que ver con el sueño, pues únicamente se refería al período de tiempo después de mediodía en que, por lo general, más apretaba el calor. Pero están también las palabras que hemos vaciado de contenido o hemos dejado que otros lo hagan. Este último es el caso de palabras como dictadura, anarquía, golpe de estado, democracia, populismo, y también, de honradez, valor, patria, bandera, etc.; y esto es en mi opinión un tema serio.
Porque no hablamos sólo para decir cosas. Sin entrar en las interesantes funciones que los expertos en lingüística asignan al lenguaje, podríamos decir que hablamos para expresar pensamiento (deseos, intenciones, advertencias, etc.) y lo hacemos para que los que escuchan nos comprendan. Pero para que una buena comunicación sea posible resulta esencial que el emisor y el receptor, además de conocer el significado de las palabras que emitimos, dominen el uso de las reglas de construcción de oraciones que utilizamos.
En este gallinero político, también social (véanse programas en los que abundan gentes que vienen del mundo del periodismo, así se presentan, de la farándula, famosos en sus años de ocaso, famosillos, estilistas, cocineros y algún que otro personaje político, como es el caso del Presidente cántabro, Miguel Angel Revilla, estrella mediática que en sus ratos libres preside un comunidad autonómica norteña); pues como digo, en este enrarecido ambiente, veo dos grandes problemas para que se dé una buena comunicación entre gobernantes y gobernados.
Primero, en palabras de Leonardo da Vinci: Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz; y en segundo lugar el indiscriminado uso de construcciones y términos que algunos utiliza retorciéndolos a su favor y a los que, según la ocasión, trata de dar uno y otro significado, también están los que siemplemente no saben de lo que hablan.
En el terreno de la política este caso es, sencillamente, indignante. Algunas frases del Sr. Rajoy podrían llegar a resultar divertidas como? estamos pensando siempre en lo material, y al final los seres humanos somos sobre todo personas o Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor. Curiosas son las expresiones inventadas por la que fuera Secretaria General del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, como cuando al intentar explicar lo inexplicable, la nueva relación laboral de su partido con Bárcena, la califico de indemnización en diferido.
Pero sin duda lo más grave es el uso, no sólo equivocado, también torticero que hace del castellano la Presidenta de la Comunidad de Madrid coreando el discurso que utilizan los miembros de VOX: secuestro, dictadura, anarquía, golpe de estado, "imposición a punta de pistola", feminazi, levantamiento nacional, etc.; todo ello acompañado de un decorado (dicho sea con todo respeto) de Banderas de España y sazonando con frases de rancio patriotismo, afortunadamente, ya superado. Sus bocas se llenan desde mentes ignorantes.
Unir en una misma frase anarquía y régimen totalitario como hizo hace unos días la Señora Ayuso es, ni más ni menos, que no saber lo que es ni una cosa ni la otra, es una declaración manifiesta de analfabetismo histórico. Como bien afirmaba Baltasar Gracián, maño, jesuita y escritor del Siglo de Oro: El primer paso de la ignorancia es presumir de saber. Amén
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