Cada generación siempre ha traspasado sus saberes a la generación que la sigue cronológicamente. Y la paradoja es que el mundo en que cada una de éstas los ha aplicado siempre ha sido distinto del que le enseñaron sus docentes.
Al final son la propia realidad cambiante y los desafíos de la innovación los que ha hecho que cada generación se adapte a las circunstancias y no unos saberes recibidos y muchas veces desfasados.
Por ejemplo: ¿cuánto tiempo se lleva hablando del teletrabajo y qué poco se ha avanzado en los últimos años? En cambio, la aparición de la pandemia del COVID 19 ha supuesto la implosión del trabajo a distancia, con un éxito tan inesperado como fulgurante.
Es que, además, la tecnología provoca que los cambios sociales sean cada vez más rápidos, más impredecibles y más novedosos. Los expertos en prospectiva anuncian que de aquí a treinta años la mitad de los trabajos entonces existentes aún no se han inventado hoy día y, por supuesto, ignoramos en qué consistirán.
Lo que sí sabemos es que cada vez habrá más trabajadores prescindibles gracias a la inteligencia artificial y al desarrollo de la infotecnología. Ese fenómeno de paro masivo no sucedió cuando la revolución industrial, en la que los hombres desplazados por las máquinas pasaron al expansivo sector terciario; pero, ahora, quienes se retrasen en la adaptación digital ¿dónde irán a parar?
Ese quedarse atrás es lo que los expertos llaman brecha digital, la cual, dicho sea de paso, crece exponencialmente porque también lo hacen a ese ritmo los avances tecnológicos que convierten en seguida en obsoletos los logrados hace poco tiempo.
Ante esa posibilidad nada remota de que unos pocos, los ricos, seguramente, aumenten sus saberes de cara al mundo del futuro y muchos otros quedemos relegados a un empobrecimiento en nuevas tecnologías es algo que no parece preocupar a los políticos del ancho mundo y, probablemente, es que ellos, mirando sólo el día a día, sean incapaces de ver y entender lo que pasa más allá de sus narices.
Enrique Arias Vega
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