"En pocos versos hay lanzar una flecha al corazón del lector"
Cuando yo empujaba a aquel manojito de vírgenes en Libertad 8 para que a los 20 años buscasen escribir lo que no está escrito, como hizo Pedro Casariego el suicida que nunca se encontró a sí mismo, daba por hecho que ellas ya habían asumido a los clásicos y quizás no tanto la lírica popular, un bebedizo para espantar el vicio barroco de quien escribe mucho para decir poco o nada.
¿Dónde está el punto de partida de la poesía? Sabemos que los refranes son poema mínimos. Y sabemos que el poeta que ha pretendido dejar memoria de sí mismo siempre se ha debatido entre la tradición y el afán de escribir algo nuevo. Pero es que ambas cosas pueden convivir y de hecho conviven.
No sé si el poeta Miguel Ángel Yusta ha dado un salto al vacío desde sus libros anteriores donde se interioriza o toma un camino de vuelta. Él es ese pasajero de otoño que ayer fue sombra. Supongo que al escribir "La Copla. Sentimiento y Poema", editado por Jaguar y Lastura, podríamos estar ante un libro de lo que él llama espejo roto.
Yusta: "Hay en efecto un camino, que nunca es fácil. Un trayecto vital lleno de curvas desconocidas, baches y sorpresas que condicionan el devenir de la persona. Venimos de la sombra y al caminar vamos recibiendo esos destellos que iluminan lo que desconocíamos: amor, esperanza, ilusión...y también odios, envidias, desdenes, dolor... Ese es el camino y al llegar a la meta final -ineludible- hacemos balance de luces y sombras y, con ello, cruzamos el umbral del tiempo. Tras ser sombra, pasajero y mirarme en los mil pedazos de un espejo, es apacible el descanso en la sencillez, la verdad y el sentimiento de un poema que, además, tiene que expresar con brevedad todas las sensaciones del recorrido".
Parece que queda lejos la obra de nuestro paisano de Ciudad Rodrigo Cristóbal de Castillejo, y sin embargo no hay ninguna distancia sideral entre la copla que escribió en el silgo XVI "Vuestros bellos ojos, Ana/ ¡quién me dejara gozallos!/ y tantas veces besallos/ cuantas me pide la gana", y entre el inmenso granero de coplas que nos deja desde hace años el poeta aragonés Miguel Ángel Yusta. A nuestro paisano Cristóbal de Castillejo, que nos dejó escritas coplas como la que he recordado, y esta de Miguel Ángel Yusta cinco siglos después, la vereíta, madre, no cría yerba: "El día que descubrí / el abismo de tus ojos// me condené para siempre/ a no mirar ya por otros".
Yo creo que "La Copla. Emoción y Poema" es un libro también para jóvenes. Y para profesores de literatura que abandonen un poquito sus afanes vanguardistas. Esto es natural, hasta los primeros juglares fueron innovadores pero no se olvidaron nunca de asegurar la literatura creativa, aquello que se iba escribiendo o se había escrito ya.
Yusta: "No lo puedes expresar mejor. Avanzar en el fondo, respetar la forma, enriquecerse con la tradición y la experiencia, beber de las fuentes de quienes con sabiduría nos precedieron, pensaron, experimentaron y por ello prevalecen, es una hermosa tarea para los jóvenes, como lo es buena la orientación en ese camino de sus profesores. Y sí, es natural vestir la Poesía con ropajes nuevos, que la embellezcan y la rejuvenezcan, pero siempre pensando que la Poesía es una Dama muy respetable".
Ya vemos que entre las dos coplas anteriores, hijas de ese tesoro español de la lírica popular, hay un sedal de amor que se dirige a los ojos. En el caso de nuestro paisano Cristóbal de Castillejo, es fruto de un corazón muy mujeriego, y sus coplas fueron casi siempre para Ana Schaumburg y Ana de Aragón. En los casos de poetas actuales, como los que están (o estamos) en el libro de Miguel Ángel Yusta manda la prudencia sobre el periodismo de investigación.
Posiblemente ahora mismo, dentro de tanta abundancia de poesía, no hay nada más revolucionario que la copla, la soleá, la seguidilla frente a la poesía japonesa y los intentos de huir de la orientación popular y caer sin querer en una poesía narrativa, que eso es lo que hay muchas veces al poner la lírica al servicio de uno mismo: el poeta dentro del poema.
Yusta: "La poesía popular es la que, precisamente, mueve los sentimientos del pueblo, de la gente normal, que la entiende, la ama y se emociona. Cito a Dámaso Alonso que dice sobre la copla: "Esa poesía blanca, breve, ligera, que toca como un ala y se aleja dejándonos estremecidos, que vibra como un arpa, y su resonancia queda exquisitamente temblando". Nuestros poetas más grandes han escrito coplas bellísimas, que son perfectamente inteligibles, llegan al corazón de todo el mundo y transmiten emoción. Sus versos son como pozos de aguas cristalinas, profundos, transparentes, no como charcos cuya turbidez disimula su superficialidad...Pero jamás confundamos sencillez con vulgaridad. En cuanto a la segunda parte que apuntas, pienso que el poeta es quien, utilizando un lenguaje poético debe, en efecto, servir al poema y no al contrario. Y, finalmente, creo que se puede hacer poesía, y muy bella, con esas maravillosas estrofas de la lengua castellana que se pierden en los orígenes de la misma lengua y que siguen vivas y actuales, porque son del pueblo y por tanto inmortales y adaptadas a nuestra idiosincrasia".
¿Hay manipulación de sentimiento en la copla? Pues qué más da, aquí no estamos ante un compromiso, sino ante la reducción metafórica de la realidad y el procedimiento alegórico para hacer universal la intimidad de una estrofa. El surrealismo de todos los grandes llegó después de su paso por el Modernismo y los clásicos. ¿Hay algo más clásico que la poesía popular? Porque tengo la impresión de que hay muchos poetas que escriben pensando que la poesía empieza en sí mismos. Demasiados. Por eso tantos poemas y tantos libros de poesía se parecen entre sí.
Yusta: "Pienso que, para llegar a fórmulas renovadoras hay que beber -y mucho- en los clásicos. Véase al efecto la trayectoria de, por ejemplo, de los grandes pintores; la epoca "clasicista" de Picasso. Su intenso trabajo hasta llegar a las nuevas formas. Para escribir poemas en verso libre (absolutamente difícil) pienso que hay que haberlo hecho en abundancia en las estrofas clásicas, canónicas. Solo así se adquiere el ritmo, la musicalidad, la administración de los silencios, tan importante en poesía. No descubro nada con esto, pero hay quien comienza el edificio por el tejado...El poeta debe servir a la poesía y no al contrario; leer y aprender cada día y, ante todo, tener conciencia de que el poema siempre es un trabajo muy laborioso".
Antonio Gala lo explica muy bien cuando habla de que Shakespeare para escribir los celos en inglés necesitó doscientas cincuenta páginas y nos dejó "Otelo", mientras que un anónimo español lo dijo en una soleá que se saben las mujeres de mi pueblo: "La noche del aguacero/ dime dónde te metiste/ que no te mojaste el pelo". Ya sé que tengo vicio por proclamar la riqueza de nuestra lírica popular. De ahí al agradecimiento a Miguel Ángel Yusta y este libro que es un presente sucesivo sobre lo que somos y también fuimos. (Aclaremos enseguida que no hay que confundir la canción española con la copla como estrofa. Esto lo ha explicado ya muy bien el amigo y maestro Manuel López Azorín. La copla literaria tiene una exigencia, que es cumplir a rajatabla la técnica).
La copla, el romance y el folklore son primos hermanos. Amor, desamor, picardía. En definitiva una poesía de la memoria y del costumbrismo. Porque quizás no nos damos cuenta pero escribir desde el sentimiento del pueblo es el sentimiento en sí mismo.
Yusta: "Exactamente es así y ya lo he expuesto antes. El amor, al parecer tan denostado ahora como tema poético, es un sentimiento universal y motor de la humanidad. Su falta, tan frecuente, provoca odios, guerras, infelicidad...Todos esos sentimientos están expresados, sublimados, en las estrofas populares. En pocos versos, hay que lanzar una flecha al corazón del lector. No caben figuras retóricas en exceso (aunque las enriquecen) y sí una expresión sincera y contundente, en lenguaje poético, que impacte y emocione. Eso es la copla: un micropoema cuando lo escribe un poeta. Y que conste que no es tan fácil expresarse en cuatro octosílabos".
La lírica popular no ha caído nunca en la absoluta indiferencia. Si gratificante es el libro de Miguel Ángel Yusta, no hay que olvidar que otros como el zamorano José Calle Vales dejaron constancia de su memoria en libros como su "Cancionero popular".
José Calle Vales hace un estudio a fondo sobre el viaje de la lírica popular, y partiendo de Lope y su caballero de Olmedo llega los actuales "No nos moverán", "La paloma" de Rafael Alberti, o "La muralla" de Nicolás Guillén, a quienes la gente ha incorporado a la música y lírica tradicionales.
También hace José Calle Vales una extensísima recopilación de coplas y romances. Me resulta fácil elegir cualquiera de ellas, y penoso a la vez prescindir de las otras. Pero recordemos dos como esa sencilla expresión tan popular como hermosa. "Desde que te vi, alma mía/ prendadito me quedé/ y más cuando me dijeron/ que eras firme en el querer". Y esta otra, para rematar el apunte, por aquello de que nuestra ciudad no se libra de la copla donde el amor pícaro tiene su sitio: "Mi madre piensa que estoy/ estudiando en Salamanca/ y me he venido a este pueblo /a conquistar a las muchachas".
"La Copla. Emoción y poema" de Miguel Ángel Yusta recoge el testigo de todos aquellos que fueron y son. Pero sobre todo revela esa parte de sí mismo que cuajó en un gran poeta (poeta pitón, le llamé yo un día). Él jamás dejó sin comer a la lírica popular. Y este libro es en realidad, un estudio completado por Juan Domínguez Lasierra, Susana Díaz de la Cortina Montemayor, y Javier Barreiro.
Toda su larga trayectoria literaria y periodística se recoge en otros libros. Pero quizás sea en este donde se destapa y tira de su propia manta cuando escribe: "Yo no temo las tormentas/con que el cielo nos castiga/ que dan mucho más miedo/ las tormentas de la vida".
¿Es de todos y cada uno o no la lírica popular?
Miguel Ángel Yusta demuestra en "La Copla. Emoción y Poema" que esta manera suya de entender también la poesía no le convierte en un poeta españolista o andalucista como dijeron del buen Manuel Machado. Manuel volvió a ser un buen poeta cuando su hermano José se plantó y le dijo de todo para que, a su vuelta de Francia, dejase de hacer tonterías como imitar a Verlaine y otros.
Lo mismo sucede con otro libro para el gozo, el "Romancero flamenco" del poeta Manuel López Azorín, que es una instantaneidad abierta a romances, seguidillas y soleares. El fragor de la poesía es inagotable en todas sus formas y todas pueden aullar juntas porque caben en el universo de la lírica cuando esta es de verdad.
Miguel Ángel Yusta, poeta también de la copla y de la lírica popular tiene la mandíbula lírica a prueba de eternidad.
Y ahí gira, como giran los sueños de un niño: a raudales.