Francisco Matos Paoli en el Aula Miguel de Unamuno de la Usal, durante el Foro de Iberoamérica de 1991 (Foto de Jacqueline Alencar)
Francisco Matos Paoli (Lares, 1915 - Río Piedras, 2000) escribió muchos libros de poesía, de los cuales publicó en vida cerca de setenta, si las cuentas no me fallan. Pero bastaría su imborrable Canto de la Locura (1962) para situarlo en lo más alto de lírica de habla castellana de todos los tiempos. ¡Cincuenta y ocho años se cumplen del nacimiento de tan memorable creación poética, extraño fruto místico brotado en el Caribe hispano! Lo escribió un poeta que sufrió prisión y tortura por manifestarse contra el colonialismo norteamericano; un poeta que padeció locura y manicomio tras su paso por la cárcel y el posterior indulto; un poeta que tras su pronunciamiento nacionalista encontró la redención en el Cristo que es el único conocedor del Enigma.
Antes y después estuvo con la Poesía. Aquí destaco sólo algunos de sus libros publicados: Signario de lágrimas (1931), Cardo labriego y otros poemas (1937), Teoría del olvido (1944), Habitante del eco (1944), Canto a Puerto Rico (1952), Luz de los héroes (1954), Criatura del rocío (1958), Canto de la locura (1962), El viento y la paloma (1969), La marea sube (1971), La semilla encendida (1971), Rostro en la estela (1973), Variaciones del mar (1973), El engaño de los ojos (1974), La orilla sitiada (1974), Testigo de la esperanza (1974), Unción de la tierra (1975), Rielo del instante (1975), Dación y milagro (1976), Ya se oye el cénit (1977), Loor del espacio (1977), Rapto en el tiempo (1978), La caída del clavel (1979), Jardín vedado (1980), Los crueles espejos (1980), Sombra verdadera (1980), Hacia el hondo vuelo (1983), Vestido para la desnudez (1984), Los senderos ocultos (1985), Tradición del silencio (1985), Las pausas blancas (1986), La frontera y el mar (1987), El acorde (1988), Contra la interpretación (1989) o Las pequeñas muertes (1989).
Dejo conocer el poema que me dedicara en julio de 1991, cuyo manuscrito conservo con gratitud. También el instante que captara el fotógrafo venezolano Enrique Hernández D'Jesús, en compañía del poeta boliviano Pedro Simose y justo después que me entregara tal presente (A. P. A.)
Salamanca y río Tormes. Foto de José Amador Martín
SALAMANCA
Para Alfredo Pérez Alencart
Salamanca: azul, oscura.
Piedra labrada, ocre-blanca.
Un adiós que se me arranca.
Y un orden de la aventura
que en su gracia me asegura.
El palpo, en ti consumado,
del río Tormes logrado.
Vine, vi, vencí. Mi anhelo
de antes me abrió tu cielo.
El río Tormes: mi vado.
Mi vado: estrella y rosa.
Y en Salinas: "luz no usada".
Y en Fray Luis: "la hora situada".
Y en Don Miguel, la patriada,
y la tierra de su nada
que es algo en profesión.
Añado esta canción
de mi Borinquen, frontera
de un mar que jamás se altera
y que es pensar de emoción.
Cervantes: antes, después,
dominando la entereza
de la lengua en que se empieza,
en que se está y se es.
Salamanca: ritmo, pez
y pan de la eternidad
en que va mi soledad
de isla hallando camino,
una fe en el destino
que nos une en trayectoria
de historia y de metahistoria.
de unción en la Piedra Misma
que en sus albores se ensimisma.
extrae Paz y da la Gloria.
Busto de San Juan de la Cruz y Catedral de Salamanca. Foto de José Amador Martín
Una eternidad que brilla
en la noche oscura, Juan
de Yepes, en talismán
de símbolo que se humilla
como la más fiel semilla
que halla a dios en lontananza
y que por siempre alabanza
un rayo que nunca cesa,
que es verdad y que es belleza,
que es el Ser que nos alcanza.
Salamanca, vena mía
que mana, aunque es de noche
para mi pueblo, en derroche
de mar que nos extravía.
Vengo a cargar la poesía
de un ritmo tan soberano.
Y en Salamanca, mi mano
Y traza el signo y lo valora
Y cuando promedia la aurora,
Y el palpito que ya es
un antes, un hoy - después,
una paloma bravía
que en la peña ya solía
anidar el maridaje
de este interior homenaje
en forma de profecía.
Salamanca reflejada en el Tormes. Foto de José Amador Martín
Peregrino soy: el Tormes
baña la Piedra, la fía
en la suprema alegría
de sus hábitos conformes.
Y el sol, en tantas enormes
llanuras, da la cebada,
da el trigo, y la patriada
que busco en mi soledad
cuando imprimo la verdad
de una huella que se escancia,
en rosa estrella, en fragancia
habida en la libertad,
en ti fundo mi sendero
de ruiseñor en agraz.
El cuervo de Poe, el jamás
que me trae al retortero,
no existe en ti. Salamanca,
porque tú, como Martí
me ofrendas en frenesí
un fulgor en rosa blanca.
Mi casa, tan asombrada
de élitros de amor,
me hacen aprendiz ulterior
de una invisible mirada
que queda en ti revelada.
Y es misterio que en la mano
va cuajando el sol hermano
en avatar que anonada.
Dicen que la soledad
del Mar Caribe se inscribe
en tu Piedra que concibe
el fruto de la verdad.
Dicen que estoy en edad
de avanzar en Salamanca,
dar acá mi mano franca,
el sueño despierto mío
por el Tormes que es el río
trayendo la Rosa Blanca.
Escultura de Unamuno. Fotografía de José Amador Martín
Alero de una paloma
que trasiega el aire puro
donde oficia un conjuro
que se asoma y no se asoma,
que es invisible en la toma
de realidad subvertida.
Porque en ti me va la vida,
Salamanca, y luego estoy
cultivando este hoy
en un recuerdo que olvida.
Sí, extraigo la sangre alerta
y el pensamiento vendrá
a herirme en lo que estará
como un mar que halla su huerta
en la divina y desierta
senda por donde han ido
los pocos sabios que han sido
luz venturosa, abierta.
Salamanca, traigo sed
del caribe, fuente mía
que mana en la profecía,
En esta oculta merced
del ritmo que da la sed
del agua tan expansiva,
tal excelsa, tan unida
a la lengua en que se halla
esta incoercible batalla
de trocar muerte por vida.
Salamanca, 18 de julio de 1991
Pedro Shimose, Francisco Matos Paoli y A. P. Alencart, en la calle de Libreros, 1991 (Foto de Enrique Hernández D'Jesús)
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