Y eso estará bien. Porque la alegría por decreto, la alegría cursi que no se entera de nada, nunca nos ayuda. El negar que hay un socavón en la calle solo nos ayuda a caer en él. La felicidad mecánica por decreto, con pastillas, nos convierten en idiotas mecánicos, en seres que no se enteran de nada. Otra cosa es la melancolia entusiasta. Como la que tienen los finlandeses que se emborrachan y cantan tangos que según ellos son mejor que los argentinos, pero sin embargo no hay quien pueda con ellos. Todos seremos más tristes y más lúcidas, en una cierta medida. Sabremos nuestros límites y el infinito que hay dentro de ellos. Sabremos lo que vale cada cosa. Sabremos que cada cosa muere pero que por eso nos está hablando con toda su vida, y nos llama.
Marías tiene razón, la mayoría de la gente no aprende nada, no se transforma nunca. Ni aunque la machaquen en un mortero, hay gente que nunca cambia de textura, ni nada le dice nada. Los egoístas siguen siendo egoístas, los buitres siguen siendo buitres, los que buscan el beneficio por encima de todo en cualquier circunstancia siguen igual, los cabezas cuadradas siguen cuadrados, los que se encierran en sus jaulas mentales no salen de ellas. Hay personas que se caen de caballos, que ven el mundo mientras se caen, o lo enfocan en contrapicado desde abajo y ven cosas que nunca habían visto, pero la mayoría de las personas caen siempre en la misma postura y ni se les descoloca la corbata. Y no ven más que lo que llevan dentro, ni más ni menos.
Pero de todos modos todos seremos un poco más tristes. Y al ser más tristes seremos una migaja más sensibles. Los adolescentes arrogantes que creen que son los reyes del mundo y solo exigen acumular aparatos sabrán lo que valía jugar a la rayuela. Incluso los más prepotentes con sus tecnologías apabullantes sabrán que nada sustituye un poco de aire abierto , la risa de su sobrina. Seremos algo más tristes y más lúcidos.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
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