El homenaje a todas las víctimas de la pandemia que tuvo lugar el pasado jueves en Madrid merece un doble ¡olé! para el Gobierno.
El acto civil nada tuvo que ver con esos funerales de Estado en los que los eclesiásticos de turno invitan a las víctimas a que esperen la recompensa de Dios como si en los planes divinos entrara el hacer sufrir a los buenos, a los elegidos, a los inocentes, y los gobernantes, para que no reclamen responsabilidades, se comprometen a hacer justicia, como si la Justicia pudiera devolver la vida, la salud, la dignidad.
Lo de ese 16 de julio que pasará a la Historia de España fue un acto de gestos de rosas blancas que perfumaron el ambiente de respeto, de comprensión, de apoyo? de silencios que hablaban de soledad, de dolor, de miedo? y tras las breves palabras del Rey, las sensatas palabras de un hombre y de una mujer, de dos ciudadanos de a pie, de todos los españoles? mientras que el presidente del Gobierno y los 17 presidentes autonómicos se limitaron a hacer lo que deberían hacer siempre: cerrar la boca y abrir los oídos para escuchar al pueblo con la atención que merece.
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