El Día Internacional de las Naciones Unidas en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, el 26 de junio, marca el momento en que, en 1987, entró en vigencia la Convención de la ONU contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, uno
Metidos en la nueva normalidad, con la pandemia en su punto más álgido en muchos países del mundo, manifestaciones contra el racismo tras la muerte de George Floyd, torturas y el uso excesivo de la fuerza ante las cámaras, malas condiciones de los reclusos debido a la pandemia en muchos países, nos hace preguntarnos sobre los derechos, la justicia y la dignidad.
Un siglo veintiuno cambalache, problemático y febril. Guerras, revoluciones, manifestaciones, pandemias, pobreza, desigualdad, crisis, globalización. Pero qué decir de los escrúpulos teóricos y prácticos para llegar a acuerdos importantes sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los derechos. La defensa de los derechos humanos será siempre algo pendiente para todos, una cuenta inacabada.
Todavía tenemos que dedicar un día para recodar a las víctimas por la tortura, parece surrealista, pero así es. La pedagogía del terror está enquistada en muchas sociedades, sobre todo en los lugares donde la pobreza es algo cotidiano, ante la indiferencia de muchos. Esto es lo que permite que la tortura siga existiendo. Nos comentaba Donatella di Cesare que luchar contra la tortura significa buscar su rastro entre las sombras, mantener la vigilancia sobre los abusos y prácticas del Estado, denunciar un poder que actúa en secreto y que, rayando constantemente la falta de legitimidad, lejos de limitarse a atemorizar, actúa con violencia.
La tortura suele tener un lugar en la sombra, se ejerce entre bastidores, en lugares inaccesibles al público, perpetrada por agentes que se mueven bajo la sombra del poder. Tiene un carácter opaco de lo negable, debe saberse, pero no verse. En este contexto muchos gobiernos dedican más tiempo a encubrirla que a investigar los casos denunciados. En muchos lugares los torturadores actúan sin miedo a ser detenidos o castigados, sobre todo cuando es el propio gobierno quien está detrás de la tortura.
La impunidad da como resultado que la práctica de la tortura se perpetúe y las personas que la sufren quedan desamparadas. A pesar de la democracia y de los movimientos abolicionistas contra la tortura, no ha terminado de desaparecer. Ha cambiado de rostro, abolida por ley, hoy se ha convertido en una práctica clandestina a la sombra de la soberanía. A pesar de la democracia y de los movimientos abolicionistas contra la tortura, no ha terminado de desaparecer. Ha cambiado de rostro, abolida por ley, hoy se ha convertido en una práctica clandestina a la sombra de la soberanía.
En el Día Internacional en Apoyo de las Victimas de la Tortura es una buena ocasión para la defensa de lo que nos hace más humanos y revela nuestra verdad por la defensa del hombre, luchando por prohibir la tortura y todos los tratos o castigos crueles, inhumanos y degradantes. La persona que ha sufrido tortura no puede sentir el mundo como su hogar. En el torturado se acumula el terror de haber experimentado al prójimo como enemigo, abortando todo atisbo de esperanza. La pasividad contra la tortura nos lleva a perder parte de nuestra propia humanidad.
Vivimos en un mundo administrado, nos recordaba Adorno. No se puede servir a dos señores, o los derechos o el mercado. Los derechos humanos son un desafío a la seguridad del sistema y a la estabilidad del mercado. Debemos denunciar la hipocresía, muchas de las naciones que dominan el juego transaccional, imponen ajustamientos estructurales a los países más empobrecidos.
Denunciar que muchas de esas medidas de ajuste, que llaman al desarrollo, son reducciones drásticas en educación primaria, cuidado primario de la salud, abolición de los subsidios alimenticios, liquidación de la fuerza laboral, reducción drástica de salarios, podríamos seguir. Ahora que estamos viviendo de primera mano el azote de una pandemia, muchas de estas denuncias han quedado desveladas.
Hay un fuerte vínculo entre pobreza y tortura, ya que la mayoría de los sometidos a estos tratos vejatorios son delincuentes comunes de los estratos más bajos de la sociedad. La mayoría de ellos no tienen acceso a buenos abogados, o si lo tienen estarán poco dedicados a llevar su caso y en la mayoría lo proporciona el Estado, careciendo de medios para pagar cuidados de salud que podrían salvarle la vida.
Como en otras entradas, seguimos defendiendo una ética de la solidaridad y la compasión. Es peor la indiferencia que el virus que estamos viviendo. El que sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la solidaridad deberá ser el medio para eliminar barreras. Así la actuación política deberá tener en cuenta estas dimensiones, la dignidad y la solidaridad. El que se solidariza tiene que tener en cuenta que su propia dignidad depende del otro, que tiene una deuda con la víctima. El reconocimiento deberá ser mutuo, pero no equivalente, la intersubjetividad es asimétrica y deberá priorizar a los más necesitados.
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