Las Madres Benedictinas nos hacen llegar su testimonio sobre cómo están viviendo esta dura experiencia del coronavirus
Si bien hasta la fecha no tenemos los síntomas que se nos indican, lo estamos viviendo de igual modo que todas las demás personas: acatando de un modo concreto y real las normas que nos han dado, para evitar el contagio.
La portería del monasterio permanece cerrada desde el primer día. Se abre excepcionalmente para algo indispensable. Nuestro trabajo de venta al exterior se ha suspendido. Ese tiempo quedó dedicado a poner al día otros trabajos dentro del monasterio, "aparcados", debido a urgencias anteriores.
También la iglesia permanece cerrada, con ausencia total del culto. Al igual que todas las personas, experimentamos la inseguridad de semejante amenaza y riesgo; sentimos un dolor profundo de ver tanto sufrimiento de enfermedad y muerte, vividos a niveles desgarradores.
No es menos cierto que también en esta noche hay estrellas: ¡Qué gran estímulo es el constatar esa reciprocidad, echa de calor y cercanía, que se interesa, que llama, que tiene gestos de generosa solidaridad, no solo a niveles reducidos. También a niveles generalizados de ciudadanía!
¿Cómo incide todo esto en su opción de vida?
Las Madres Benedictinas reciben muchas peticiones de oración en este momento.
Hemos lamentado la ausencia de las celebraciones litúrgicas, aunque las hayamos seguido a través de los medios, que mucho agradecemos pensando además que han sido y son muchas las personas que han podido seguirlo. Nos estimula especialmente que la Iglesia se haya servido y cuidado esta gran posibilidad para hacerse presente en los hogares.
Nuestras celebraciones litúrgicas comunitarias no han tenido ningún descuento. Todo lo contrario: la sobriedad del despojo litúrgico no ha sido causa de falta de ilusión en su preparación y sí ha dado lugar a orar con calma y devoción. Sobre todo, una oración "aguijoneada" por la urgencia de tanto y tan grande dolor. Una y otra vez nos llega la demanda de esta intercesión, cuya fe de quienes así lo solicitan, nos estimulan a orar con insistencia. Los salmos de súplica al Señor nos han resultado especialmente vivos. Desde el duro realismo de la enfermedad y la muerte claman, gritan y esperan confiados.
No queremos echar en saco roto, las enseñanzas, que este momento de nuestra historia inédita nos está dando. De entrada nos sale tener más en cuenta una de ellas: saber medirnos como lo que somos: criaturas contingentes. No para minimizarnos, y sí para vivir en verdad.
"Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas,
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre"?
(Salmo 130)