Nadie podía imaginar hace pocas semanas una situación semejante a la actual; ni siquiera los más pesimistas serían capaces de concebir en su imaginación una situación parecida. Por eso no voy a incidir en lo que sobradamente se conoce, tampoco añadiendo críticas ni juicios de valor, que solo sirven para alimentar el desconcierto en medio de la confusión.
Quiero centrarme, únicamente, en el problema de nuestros mayores, a quienes la pandemia ha golpeado sin piedad. La cantidad de fallecidos es enorme, y la desprotección que han soportado, debe provocar en todos nosotros largas horas de reflexión. Pues mucho tienen que cambiar las cosas para devolver la dignidad a nuestros ascendientes, y sobre todo, su confianza en las autoridades, que no han sabido gestionar eficazmente la situación, quiza por falta de medios.
No quiero que mis palabras se entiendan como crítica, pero sí como una advertencia a quienes deben velar por el bienestar y la salud de quienes viven sus últimos años entre nosotros. La dramática situación que estamos viviendo, moverá los cimientos de nuestro mal llamado "estado de bienestar". Pues han quedado demostrados los enormes grados de vulnerabilidad a los que estamos sometidos, y sobre todo, la imposibilidad de atender las necesidades de los ciudadanos cuando la situaciones se desbordan.
Nuestras flamantes residencias, con atenciones personalizadas y precios desorbitantes, han de transformarse en estancias dignas, con suficiente atención, y convenientemente vigiladas por nuestras instituciones. Entiendo que la desprotección de muchos de ellos ha sido provocada por miedo a los contagios, pero eso no justifica conductas contrarias a los derechos humanos.
El pánico desatado ante un enemigo que no se conoce, invalida nuestra capacidad de respuesta. Pero tampoco se ha contado con lo más elemental para evitar el desastre. La falta de medios ha provocado que muchos sanitarios y cuidadores hayan puesto en peligro su vida, y una minoría haya fallecido.
El precio de la vida es enorme, nadie podría pagarlo. Solo la solidaridad; nuestros sacrificios por los demás, pueden devolvernos la esperanza en futuro más justo, sobre todo para nuestros mayores. Ellos nunca sobran; son los que nos dieron la vida al precio del amor, y los que nos enseñaron los valores a través de la escuela de la familia. Esos mismos valores son los que dignifican la condición humana.
Manuel Lamas
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