Jung, el discípulo de Freud, comparaba a la mente humana con un edificio de 20 pisos, en el cual la razón sólo ocupaba los dos últimos. Para muchos esos pisos parece que están vacíos a juzgar por las actuaciones irracionales a las que asistimos en favor
Una de las más sutiles pero letales formas de utilización política de la filosofía y la historia reside precisamente en su supresión. Desaparecidos o deformados los puntos de referencia filosóficos, ideológicos e históricos de los ciudadanos, éstos se someten con mayor facilidad a la manipulación y son menos libres, esto por desgracia sigue ocurriendo en todas partes del planeta. Hay una frase antológica que resume todo esto: las personas inteligentes hablan de ideas, las menos inteligentes se refieren a hechos, y solamente las personas poco cultivadas hablan de personas.
Si trasladamos el sentido de esta frase a la vida política y social actual, podríamos cerrar el libro porque quedaría inmediatamente vacío de contenido. En España las personas son el problema, en el noventa por ciento de los casos, no solamente por afirmación personal de los que dominan el poder, o aspiran a él, sino por el común de los ciudadanos, que antes de mostrar su opinión o preferencias por ideas, programas, problemas puntuales o soluciones, prefieren mostrarse a favor o en contra de ésta o tal persona, política o no.
Está claro que una idea, sin una persona líder y muchas otras a su alrededor que la difundan y la impongan a grupos de personas que lleguen a ser mayoría, sirve para poco. La personificación ahorra muchas discusiones sobre ideas y conceptos, que seguramente nadie sabría defender. Así que mostrándose partidario o no de Don Tal o Cual resolvemos nuestras opciones ante la realidad. El riesgo está en que uno de ellos sepa dar la talla y esté a la altura de las circunstancias, o sea un listillo capaz de encandilar a la mayoría, sin tener un valor personal auténtico, un propósito decidido de servicio a las ideas que defiende, y su realización práctica de forma inteligente y ponderada, respetando las opciones minoritarias y los demás valores que en un sociedad se dan.
El Papa Juan Pablo II afirmaba que San José María, fundador del Opus Dei, enseñó a amar al mundo apasionadamente e invitaba a los miembros a seguir sus huellas y a manifestar con su esfuerzo diario que el amor a Cristo puede llenar la vida entera. La grandeza de la vida ordinaria como camino hacia la santidad. El Papa Juan Pablo II, obrero en una fábrica de sosa cáustica durante la ocupación nazi de Polonia, resumió algunas enseñanzas de San José María afirmando que para todo bautizado que quiera seguir fielmente a Cristo, la fábrica, la oficina, la biblioteca, el laboratorio o las paredes domésticas pueden transformarse en lugares de encuentro con el Señor, que también decidió llevar una vida oculta durante treinta años. ¿Puede alguien dudar que los años de Jesús en Nazaret no fuesen ya parte integrante de su misión salvadora? Según el Santo Padre lo mismo sucedería para nosotros. Las cosas de cada día, aparentemente grises, pueden adquirir, en su monotonía de gestos que parecen siempre iguales, una dimensión sobrenatural que las transfigura si somos conscientes de su trascendencia. La encarnación de Cristo muestra que todas las realidades humanas nobles contienen una dimensión divina.
Viviendo lo que nos toca vivir quizá convendría que fuéramos más trascendentes. Lo trascendente es aquello que se encuentra por encima de lo puramente inmanente. Lo inmanente se toma como el mundo, lo que vivimos en la experiencia, la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotando en ella todo su ser y su actuar. Siendo lo trascendente la cuestión sobre si hay algo más fuera del mundo que conocemos o bien tomar consciencia del ejemplo de nuestras obras. Seamos al menos honestos en ellas.
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