Sin lugar a dudas, una de las cosas que está evidenciando la pandemia que vivimos, es que nuestra clase política no está mostrándose a la altura de las circunstancias, con unos gobiernos centrales y autonómicos que no están contando con la oposición para consensuar medidas ante la crisis sanitaria, y a nivel nacional una oposición que parece tener más gana de derrocar al Gobierno central que de aportar ideas constructivas para que nuestra sociedad pueda reponerse de la actual situación.
Ciertamente, es desalentador ver cómo en España parecemos estar más empeñados en despellejarnos entre nosotros que en remar juntos ante la gravedad del escenario. Y es que, en este caso, nos convendría echar un vistazo a cómo está actuando la clase política en Portugal, nuestro país hermano, donde Gobierno y oposición han parecido entender perfectamente la dificultad de la situación que se atraviesa, y han aparcado sus diferencias y cálculos electorales para hacer piña y trabajar todos de cara a sacar adelante el país.
En España, sin embargo, el Gobierno ha decidido no contar con otras fuerzas, mientras la oposición ha apostado por tirarse al monte y buscar una línea dura, de acoso y derribo, de crítica destructiva en vez de constructiva, de modo que tenemos una fractura clara dentro del parlamento, con una izquierda y una derecha que parecen preferir tirarse los trastos a la cabeza en vez de sentarse a hablar y acercar posturas en unos momentos tan delicados como estos.
En el caso de la oposición, hay que reconocer que está extendiendo con bastante éxito la creencia de que toda la responsabilidad de la gravedad de la pandemia en España fuese achacable al gobierno central, al que acusan de falta de previsión, si bien parecen olvidarse de que Sanidad está transferida a las comunidades autónomas y, por tanto, para algunas cuestiones, como adquirir el material sanitario o ampliar las camas de UCI, nada impedía a las autonomías haber comprado dicho material antes del estado de alarma, cosa que ningún gobierno autonómico hizo.
Y es que, en realidad, la pandemia cogió a pie cambiado a todos, independientemente de los colores políticos, y pocos en España apostaban por el tsunami de casos de coronavirus que nos sobrevino de repente, multiplicándose de forma masiva casi de la noche a la mañana, y sólo así se podría entender que, por no verlo venir, no se prohibiesen por el gobierno las manifestaciones del 8-M, que Vox no cancelase su acto de Vistalegre, o que en Salamanca no se cancelase la Copa de la Reina.
Por otro lado, es evidente que tanto en el Gobierno central, como en los de las comunidades autónomas y municipios, se han ido tomando las medidas a golpe de improvisación, fruto de que no se esperaba una pandemia de este calibre y, por ello, se está intentando responder a la misma sobre la marcha, al no haber protocolos preestablecidos ni márgenes de maniobra para poder trazar un plan con tiempo como es debido.
No hay que olvidar, en este sentido, que el coronavirus era inicialmente tratado por las autoridades sanitarias nacionales y autonómicas como una gripe ordinaria, quizá también porque en sus inicios el foco infeccioso se hallaba concentrado exclusivamente en China y los datos que ofrecían las autoridades de dicho país no eran muy distintos de los que ofrecía la gripe ordinaria en tasas de mortalidad.
Sin embargo, habría que ver si los datos oficiales de China se acercan a los reales, y si no ha habido ocultación de casos y fallecidos, sobre todo teniendo en cuenta que el covid-19 llevaba más de un mes activo en el gigante asiático antes de que se diese a conocer su existencia, y con ello, antes también de que el gobierno chino tomase medidas para atajar dicho virus.
En todo caso, en Europa occidental se ha reaccionado tarde y mal, improvisando en casi todos los países, en función de si el virus se iba dejando sentir en el país propio o no. Por ello, cuando empezó a causar estragos en Italia, el resto de Europa no hizo demasiado caso del primer ministro italiano, que pidió que el resto de países actuasen de forma tajante cuanto antes, para frenar sus consecuencias.
Uno de los primeros en mover ficha al respecto fue Portugal, que fruto de ello se encuentra entre los mejores datos de Europa en morbilidad del virus, junto a los países del este europeo. En España, sin embargo, esperamos a tenerlo más presente para empezar a reaccionar, al igual que en Francia, Bélgica, Reino Unido o Estados Unidos, cuyas autoridades han actuado demasiado tarde también, arrastrando con ello peores consecuencias que las de los países que fueron más previsores como Portugal, que se tomaron más en serio la amenaza sanitaria desde un principio.
Sin embargo, pese a que estamos registrando unos datos más que dolorosos en infectados y, sobre todo, defunciones, parece que nuestros políticos, pese a haber visto de cerca el virus en buena parte de los casos, prefieren seguir a las riñas de patio de colegio entre ellos, en vez de aunar esfuerzos en materia sanitaria para poder avanzar en positivo unidos.
Por ello, inquieta pensar cómo vendrá el tiempo post-confinamiento en este país, pues a las graves consecuencias económicas que arrastraremos (con destrucción de empleo derivado de la pérdida de poder adquisitivo y la consiguiente caída de consumo), habrá que sumar que previsiblemente tendremos que sufrir que la clase política siga encasquillada en el "y tú más", mientras el pueblo pasará de nuevo las estrecheces que ya sufrió en la crisis económica mundial de hace una década.
En todo caso, ojalá no sea así y, siquiera por una vez, esperemos que tengan sentido de Estado y sentido común suficiente como para remar juntos de cara a sortear la dura coyuntura, en vez de seguir recurriendo al refrán de "a río revuelto, ganancia de pescadores" en función de sus cálculos electorales.
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