Una de las consecuencias más evidentes de la vida bajo el paraguas de la excepcionalidad es el replanteamiento de las coordenadas sobre las que se articula de forma más o menos predecible y sistemática. En buena medida, estos parámetros, aunque no solo, están constituidos por aspectos vinculados a un determinado orden (o desorden) que se traduce en el mapa complejo de las emociones: el miedo, la ira, el asco, la sorpresa, la tristeza y la felicidad, a las que se añaden aquellas de contenido social como la simpatía, la turbación, la vergüenza, la culpabilidad, el orgullo, los celos, la envidia, la gratitud, la admiración, la indignación y el desdén. Todas tienen un carácter explícito, mientras que los sentimientos se mantienen ocultos al ser producto de sentir una emoción. Algo profundamente subjetivo, surgido en la caverna de la intimidad que se ve favorecido en momentos de introspección, cuando todo está inusualmente quieto, las rutinas alteradas y se impone el reino de lo imprevisible.
Leer a Antonio Damasio hoy, aunque no necesariamente tenga que ser por tratarse de una época de especial zozobra, puede ser esclarecedor de mucho de lo que le ocurre a la humanidad. Pero ahora cuando el tiempo parece detenido las emociones están a flor de piel. El neurólogo portugués, que dirige el Instituto del Cerebro y la Creatividad en la Universidad de Southern California, trabaja desde hace décadas sobre la neurobiología de la emoción y de los sentimientos. Para Damasio, "los sentimientos pueden guiar una empresa deliberada de instinto de conservación y ayudar a la hora de elegir la manera en que ésta debe tener lugar? [su papel fundamental] está ligado a su función natural de supervisión de la vida". Esto es así porque el género humano tiene el mandato de la supervivencia y de maximizarla de modo placentero en lugar de ser doloroso. Con respecto a todo ello, cualquier colectivo humano desde la noche de los tiempos ha articulado cierto acuerdo social.
Resulta muy difícil tipificar la indefinición del presente. Es complejo hacer una síntesis del torbellino de emociones y de sentimientos existentes, pero apuesto a que por encima de todo se yergue la incertidumbre. La indeterminación radical que no sabe ni cuándo ni cómo se cerrará el paréntesis existencial actual. La incapacidad de encontrar un paralelismo mínimo con otra situación anterior de la que se guarde memoria que pudiera parecerse a la vigente. Confinados sin referencias, sabiendo que cada día silenciosamente cambia al siguiente, dormir agitados, despertarse, y en el duermevela no percibir salidas ni un escenario del después. Si, como Damasio afirma, una de las principales características de la conducta humana es pensar en términos de futuro, ¿cómo dibujarlo con los mimbres que ahora están a mano? ¿Cómo especular y trazar planes "como si" nada hubiera pasado? Pero ¿es que ha pasado algo?, o, mejor, ¿es que está pasando algo? Y si pasa, ¿qué es exactamente? Entonces, la expectativa más desesperada se apodera de la mayoría y congela sus sueños.
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