NUESTRA CASA COMO UN PRADO
Consuelo y yo confinados damos largos paseos desde la cocina hasta la sala. Nos movemos por todas las esquinas de la sala. Observamos todos los libros y todas las visiones de las ventanas. Miramos a un enano que pasea siempre a las doce, miramos a un monje tranquilo en el balcón de enfrente. Leemos a Muñoz Molina, Camoens, Claudio Rodríguez, las sagas nórdicas. Conversamos con pintores expresionistas, con Mark Rothko, con hojas arrastradas por otoños. Seguimos series y películas en el ordenador. Vivimos tanta música.
Recordamos viajes y planeamos intensamente otros. Nos contamos cosas de nuestra infancia, de momentos intensos, de personas que conocimos. Tomamos comidas exquisitas que ella prepara. Ella baila desatada por el salón y yo la veo bailar. Tomamos vinos deliciosos y yo tomo coñac. Paladeamos frases de los poemas, nos vemos de repente uno a otro en un gesto, nos quedamos mirándonos con asombro. Dedicamos mucho tiempo a tomar café intenso y a leer los periódicos en papel. Yo voy a buscarlos muy temprano todos los días y veo las calles misteriosas y alucinadas.
Nos sentimos incansablemente vivos. Abrimos libros al azar y saboreamos una frase que nos dice más que nunca. Se nos vienen ocurrencias y las soltamos. Decimos todo lo que haremos después, iremos a Sicilia, visitaremos a Pasternak en las afueras de Moscú, respiraremos por el oeste de Irlanda. Admiramos todo lo que puede admirarse todavía. Nos reímos de tantos bulos y de la gente que se los cree porque solo tienen redes sociales. Nos balanceamos como hierba que se levanta y que tiembla. Nos agitamos con vida, temblamos, mostramos variaciones del verde. Vivimos en el pequeño vértigo, en la jungla de matices. Somos las hojas de hierba impetuosas de Walt Whitman.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO
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