Parece que este diario de la cuarentena vuelve a nutrirse de reflexiones más surgidas de buenas lecturas que de malas experiencias. En cualquier caso, es sorprendente cómo surgen las ideas cuando uno escribe. Una de las escasas actividades en las que coincidimos todos en estos días ?quizás no sea lo único pues nos sentimos muy cercanos unos a otros en esta cuarentena? es en la del aplauso a los profesionales de la sanidad en nuestro país. Nosotros les aplaudimos, y resulta paradójico cómo ellos, que con sus manos nos curan, hallan asimismo el reposo (mental al menos) que su trabajo requiere en el aplauso que les damos, también con nuestras manos, cada día a las ocho de la tarde.
Llego a esta reflexión leyendo Elogio de las manos en Grecia y primeros pensadores cristianos, la lección inaugural del curso académico hace 30 años en la Universidad Pontificia de Salamanca. Su autor fue Alfonso Ortega Carmona, maestro querido de Fructuoso Mangas, y en ella me entero de que fue Galeno, el médico romano del siglo II d. C. quien llevó a cabo "con más detalles y fundamento fisiológico el elogio de las manos" en época antigua. Desde aquí la mente se me va a nuestros héroes cotidianos, me pregunto qué hora es, y caigo en la cuenta de esa fusión real y simbólica en el aplauso que les damos cada día a las 8 de la tarde.
Precisamente escribía Alfonso Ortega que Quintiliano de Calahorra, maestro de retóricos desde el siglo i hasta nuestros días, decía con razón que las manos eran capaces de hablar, y que "existen no menos de veintiséis posibilidades, que pueden ser expresadas con las manos". Ahora mismo transmito estos pensamientos al ordenador desde el que irán hasta los ojos de todos usando como transmisores los dedos de mis manos. Dedo procede del latín digitus, término relacionado con otro, digital, (del latín digit?lis) adjetivo que caracteriza el mundo en que vivimos actualmente (y especialmente en estos días de la cuarentena).
Digital es también el nombre de una planta y de su flor, utilizada en Medicina, pero esa etimología quien la explica muy bien es mi tío Juan Hernández, magnífico cardiólogo, apasionado lector de El Quijote, y amante de la historia de las palabras, cuyo dedo preferido es el corazón, y a quien desde aquí envío hoy un beso muy fuerte.
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