Esperaremos por siempre, suplicando a la luz de una vela y ante la eternidad de unos ojos que se rindena la realidad del silencio,que este tiempo se acabe.
Cada día llega a la ciudad solitaria un viento silbante, olvidado en la noche, en las horas del abismo; ese viento que sin llamar a la puerta crispa a los fantasmas de los sueños y acaricia la muerte, ese viento hecho aura suspendido en el cielo alzado de la ruina que es lo humano, con rumor de paisajes de cristal en los que canta la aurora donde nace el amor y la esperanza se mece entre mieses de promesas y de sueños, que se enlaza en las sedas impalpables de la noche a la luz de mil soles.
Esa Luz que inunda las cancelas con la costumbre de la hora y el paisaje, que vino a acompañar el paseo del solitario del hombre que vaga por la ciudad de la memoria con el amor y la música que nunca destruyó, con la devoradora llama que cae como rocío.
Estoy inmóvil
ante la frialdad de la realidad
Ninguna extraña sonrisa
me trastornará al fin.
Somos presos del silencio
y de observar el dolor
Apenas si podemos escuchar
los latidos del corazón,
sólo sabemos
que no somos nosotros quienes morimos
ni aquellos quienes viven.
Somos lo que somos
confinados en la nada
sangrando por un raro encuentro
con la desesperanza
Esperaremos por siempre,
suplicando a la luz de una vela
y ante la eternidad
de unos ojos que se rinden
a la realidad del silencio.
Sentimos las sirenas del espanto
nos devora la obsesión, de sus sonidos
tanto como la noche devora a la luz,
como el silencio y la ausencia
devoran a la ciudad.
Nunca me había sentido así,
lejos y solo de los demás,
pudieron pasar días
o solo un segundo, tal vez
sin embargo es igual,
cada sueño es un deseo fragmentado
en soledad y amor
por una muerte extraña
que aguardamos
en la oscuridad
por la eternidad de los ojos
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