¿Estará naciendo un mundo nuevo?
Estamos confinados. Y vamos ya para la segunda semana. El confinamiento, en la teoría y después ya de la experiencia de una semana larga, nos lleva a pensar en la práctica de la Iglesia católica de la multitud de conventos de clausura que hay en todo el mundo, en España cerca de mil conventos, aunque ahora muchos de ellos se van cerrando por falta de vocaciones nuevas que los ocupen.
La existencia de los conventos de clausura nos causan frecuentemente el interrogante de para qué sirven esos conventos. Quizá con la experiencia de confinamiento de estos días estemos más próximos al entendimiento de esas realidades de oración y de silencio. La clausura que estamos viviendo en estos días nos está haciendo entender aspectos positivos del encierro.
El confinamiento nos está ofreciendo experiencias de silencio. Descubrimos de nuevo sonidos que hace tiempo no teníamos, como el canto de los pájaros en el centro de las ciudades. Incluso experimentamos la fuerza del silencio en si mismo. Al que se unen nuestras calles vacías, con algún que otro vehículo aislado de vez en cuando.
Y el silencio nos lleva a la reflexión, una reflexión que quizá habíamos perdido hace tiempo. La actividad externa se para y la vivencia interior se profundiza. Así vemos nuevas perspectivas, incluso para la actividad ordinaria, que muchas veces no tenemos, y que ahora las comprendemos desde una perspectiva mejor.
Otro aspecto es el de la convivencia cercana de las personas, familia y otros. Especialmente hemos descubierto la presencia de los niños y su forma de vivir y de relacionarse entre si y con sus mayores. Aprendemos la importancia de convivir más con nuestros niños y jóvenes, y aprendemos de nuevo a jugar con ellos o a tener entretenimientos útiles, agradables, y que nos ayuden más a llevar positivamente los tiempos de silencio y de ratos libres que hay que llenar.
Podemos aprender del silencio, oración y capacidad de trabajos humildes en los conventos de clausura.
El Papa, en su entrevista en televisión con Jordi Évole, ante la pregunta de cómo está viviendo esta clausura, respondió que a él le impresionaba mucho más la clausura de las cárceles. Hasta comentó que ha encargado a los presos de la cárcel de Padua hacer el Via Crucis del Viernes Santo. Y subrayó que lo han hecho muy bien. Como vemos, hay otras clausuras de las que podemos aprender.
El silencio de los encierros nos ha dado muchos aspectos de creatividad: los aplausos en las ventanas a las ocho de la tarde, cantos individuales o de grupos que se unen en la distancia, ofertas de entretenimiento, por ejemplo campamentos de ciudad, que ofrecer a los chiquillos para suavizar el encierro. También nuevas experiencias de teletrabajo para compatibilizar trabajo y dedicación a la casa y la familia.
Y el encierro nos ha hecho comprender lo limitados que somos, por un lado, y por otro nos ha hecho sentirnos unidos en la misma limitación y ha creado en nosotros aspectos nuevos de solidaridad, como atención a niños necesitados de alimentación, ayuda a los mayores para ofrecerles cierta compañía y, sobre todo, ayudarles a remediar algunas necesidades que personas mayores o enfermas difícilmente pueden resolver ellos solos.
Pero también nos afectan los silencios y los encerramientos en nuestras casas en otros aspectos más trascendentes. Desde el silencio nos toca vivir la ausencia de nuestros familiares, amigos y conocidos, que se nos van por causa del virus o por causas colaterales. Sin poder despedir a nuestros difuntos, ni celebrar por ellos entierros o funerales dignos. Vamos a aprender a vivir en una forma nueva, que ni siquiera sospechábamos. ¿Estará naciendo un mundo nuevo? ¿Cómo seguir viviendo la solidaridad y la igualdad en esta globalización de la enfermedad y la muerte?
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