Volveremos a calzarnos los zapatos de salir a la calle. Las sandalias de saltar cualquier obstáculo, las botas que abrigan los pies de todos los fríos. Volveremos a ponernos la ropa de calle, calle, calle, calle, como claman esos niños que bordan las ventanas de dibujos donde se redondean los arco irís en los que palpita la esperanza de la calle, calle, calle.
-Niños, a jugar a la calle.
Y la calle como el patio de todos, donde correr a esconderse de la incertidumbre. A tapar la calle/ que no pase nadie/ que pasen mis abuelos/comiendo buñuelos? la calle vacía, el semáforo que parpadea inútil, colores que de nada sirven, como el esqueleto azul de un autobús que pasa transparente a través de los cristales, una y otra vez, dinosaurio de otro tiempo que gira y gira.
-Te largas a la calle.
Y la calle está verde por entre los respiraderos de la tierra que palpita con toda la pujanza que no disfrutamos, lluvia y sol para hacer del verde ese suculento manjar que añoramos desde la ventana. Una ventana que estalla en aplausos cada crepúsculo mientras nos vemos los pijamas, la ropa desgastada de la casa, la zapatilla rota por la que asoma el dedo que ya no metemos en los zapatos de salir a la calle. Calle, calle, calle. Y qué lejos queda el gesto de decir "Por fin en casa", casa, casa, casa? mientras a nuestro alrededor se acerca la desgracia, el nombre conocido, el enfermo amado, la soga que aprieta un poco más la garganta que se estrecha cuando a las ocho de la tarde los aplausos rompen el silencio impuesto, nuestro diario, eterno toque de queda.
Volveremos a pisar sin recelo, a subirnos a los altos tacones de una libertad en la que no reparábamos. Y se desamordazarán las bocas tapadas, se mirará hacia el frente mientras el ruido de la calle vuelve a sonar, eco de todos nuestros deseos: que pasen mis abuelos, que pasen mis abuelos, que pasen mis abuelos?
Charo Alonso
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