Hace una semana entraba en un centro comercial. En las escaleras mecánicas que nos conducían a la planta superior, dos mujeres delante de mí que rondaban los 40 años conversaban sobre el monotema. Daban estadísticas contrastadas, hablaban en varias ocasiones de miedo y de cómo podía afectar "en una ciudad tan pequeña como Salamanca" la confirmación de nuevos contagios. Sí, hablaban del Coronavirus, el líder de todos los corrillos en los últimos días.
Siguiendo con su diálogo, me llamó la atención como una de ellas ?la más tranquilizadora? sentenció: "No es para tanto, esto va por modas". El Coronavirus se ha involucrado tanto en nuestras rutinas que sirve para definir a la sociedad real. Ante una misma epidemia, unos hablan de moda (como si una enfermedad pudiera compararse con una blusa que es tendencia) y otros hablan de miedo hasta el punto de rozar los límites y robar y adquirir sin sentido mascarillas para tranquilizar sus conciencias sabiendo que no las van a necesitar.
Así es España. El país de los extremos. La España que convive con el tremendismo y el humor a partes iguales. Entre los extremos el miedo ha llegado al delirio. Entiendo que somos seres racionales. Los seres humanos no vivimos aislados y nos hayamos vinculados. Si razonamos con nosotros mismos auto convenciéndonos de que un sitio es inseguro, generamos el miedo; si por el contrario manejamos nuestros temores vemos ese mismo lugar como más seguro. Estoy totalmente convencida de que las emociones y el miedo forman parte del bagaje experiencial y de las barreras que a lo largo del camino la vida nos va imponiendo. A veces lo cotidiano nos lleva a estar alerta todo el tiempo y por eso algunos colaboran a magnificar el alarmismo como estamos viviendo ante el Covid-19.
Usemos el sentido común y seamos capaces de alarmarnos sólo por lo realmente importante. Estoy convencida de que en unos meses seremos conscientes de que el miedo al virus fue peor que el propio virus. Pobres esas personas que sufren tanto con el hoy sin ser conscientes de que este hoy puede ser el último, con o sin epidemia. Invito a abrir los ojos ante la tarea más simple y sencilla que tenemos a nuestro alcance: vivir. Vivir sin esos miedos absurdos.
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