Cuando abres el periódico y lees cruces de declaraciones entre políticos sobre la sanidad, cuando pones el telediario y presencias mareas blancas coloreadas con banderas sindicales, o cuando sintonizas la radio y tratan la última polémica sanitaria en algún punto de Castilla, de León o del resto de España, te invade nuevamente la pereza, el hastío por tanta agitación y tan poca serenidad, o por tanta inacción y tan poca iniciativa, pero pronto recuerdas que lo que pasa de la puerta de la consulta hacia dentro, hacia este lado, sin dejar de estar afectado por lo externo, conserva a salvo su esencia y su razón de ser. Siempre nos quedará la Medicina.
Cuando ves que los que gobiernan engordan sus méritos, cubren sus medidas con suntuosos ropajes o se atreven con osadas afirmaciones, y que en frente sus opositores exageran los defectos, alarman a la población desmesuradamente y no son capaces de formular verdaderas alternativas, te abandonas a la resignación, ¡son cosas de ellos!, pero viene a rescatarte la certeza de que el paciente y tú, aunque sea durante unos pocos minutos, estáis fuera de su alcance, intentando construir una relación de confianza, compartiendo una debilidad y aportando un consejo y una cercanía que puedan fortalecerla. Siempre nos quedará la Medicina.
Cuando observas los giros copernicanos en algunos planteamientos, el desprestigio de la Atención Primaria a decir de algunos, el desprecio a la Medicina Rural a decir de otros, o el apartamiento claro de comarcas enteras, porque la España vacía tiene sus vaciadores (y no de tijeras y cuchillos precisamente), te lamentas o te indignas, a partes iguales, pero vale un pensamiento en ese paciente que has visto en aquel consultorio de su pueblito, donde has llegado conduciendo tu propio vehículo y donde sí se puede prestar una asistencia de calidad, o como mínimo la asistencia más primigenia y fundamental de la Medicina, la de acompañar a la persona, acto médico en el que el médico no es sustituible. Ese pensamiento te recuerda que siempre nos quedará la Medicina.
Cuando las reorganizaciones, ¡necesarias!, en vez de ensayarse se usan como arma política, o cuando se desvirtúan por los mismos motivos, o cuando pecan de falta de realismo, es inevitable sentirse algo escéptico ante los cambios, pero lo mucho y bueno que vives en tu consulta y en las casas de los enfermos ayuda a encarar las novedades, y los experimentos, y los proyectos piloto, con el compromiso de intentar hacer las cosas bien y la certeza de que, al menos, siempre nos quedará la Medicina.
Cuando te das cuenta de que donde deben estar dos médicos de guardia se encuentra sólo uno (como me pasó en la última Nochebuena), de que existen unas normas de la bolsa de empleo abiertas a la interpretación y que omisiones arbitrarias pueden generar desigualdad entre los aspirantes (también hablo en primera persona), de que las plazas de médico de área como la mía están completamente estigmatizadas y los médicos recién especializados y algunos veteranos perciben en los contratos eventuales una salida laboral misteriosamente más saludable (¡algo está fallando!), no puedes evitar dirigirte a quienes pueden poner arreglo a estas situaciones en la esperanza de ser escuchado, pero mientras aguardas respuesta, y trasparencia, te aferras a la certeza de que te queda la Medicina, tu vocación.
Pese a leyes injustas que la desnaturalizan, pese a falsos progresos que ignoran su fundamento, su compromiso histórico y vigente con la persona y con la vida, te queda la Medicina, la profesión más hermosa del mundo.
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