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Dice Emilio, el camarero, que ya está bien de tanta casa de apuestas y de tanta publicidad de un negocio que arruina vidas y patrimonios.
Hacía tiempo que no estaba de acuerdo con él en algo y me alegro de coincidir de vez en cuando.
Tercia un cliente al que no conozco apenas, y comenta que no es para tanto, que el ludópata lo es de manera voluntaria; que quien se mete en la boca del lobo, sabe lo que hace y debe apechugar con las consecuencias.
Le miro. Tiene una barriga prominente, como la mía. Le pregunto qué tal lo lleva. Me rfesponde que, al igual que yo, se agota enseguida, que suda, que casi no puede hacer ejercicio.
Nada más terminar de hablar, se da cuenta de que se ha metido en un callejón sin salida. ¡Claro! Le ruego que nunca vaya al médico, que no se queje, que aguante con resignación. A fin de cuentas la barriga del buen comer y el mayor beber es voluntaria.
Pedimos una ronda y brindamos por la supresión de tanto ladrón legal como se parapeta detrás de las casas de apuestas.
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