Era yo muy joven y recuerdo la admiración que me despertaba aquella mujer, Lilí Álvarez, campeona del Roland Garros, además de dos veces en la final de Wimbledon, varias medallas olímpicas? y un largo etcétera en manos de aquella mujer, esbelta y distinguida, amiga de media Europa y admirada por la otra media. Sin embargo era poco valorada en aquella España en la que apenas se leía la prensa y aunque la radio tenía entonces bastante audiencia se movía en un abanico muy reducido de contenidos. Y eso que era la primera en tenis, patinaje, equitación y todo lo que se pusiera por delante y siempre reivindicando públicamente la dignidad y la igualdad de la mujer, retirándose más de una vez de alguna prueba o de algún campeonato como protesta y reivindicación pública.
Lo que casi es más admirable es que además y a la vez aquella mujer desde su privilegiada situación escribía libros y artículos comprometidos, en la frontera de lo prudente y lo correcto. Y libros religiosos. Y libros que reclamaban el puesto que la mujer -¡estamos en la década de los cincuenta!- debía tener en la sociedad y sobre todo en la Iglesia. Es una ciudadana sensible, formada, con ideas y metida en los movimientos sociales y políticos. Y se confiesa una y otra vez "feminista" de pies a cabeza; entre sus libros destaca un libro de pensamiento adulto y de largo alcance ideológico, Feminismo y Espiritualidad; aunque no le gustaba el término, que ya iba ganando terreno, defendía un feminismo positivo como voluntad de ser ciudadana de primera y persona con la más alta dignidad en la sociedad y en la Iglesia. Por cierto llevar velo en la Iglesia será algo transitorio, decía, y "pronto emergerá la decisión de levantar la cabeza" y ocupar el puesto que cada mujer merece.
Según ella se está viviendo a comienzos de los sesenta un cambio social bien visible en media Europa y está emergiendo una nueva forma de verse mujer y de entender la fe y de sentirse Iglesia, por eso es necesaria una nueva visión de lo femenino que sitúe a la mujer en su nuevo sitio. Y ella espera que el Concilio abra un camino nuevo para las mujeres, que al fin y al cabo son "la mitad de la humanidad". "El principio fundamental, dice, debería ser que la mujer ya no puede ser tratada como menor". Es el criterio de pensamiento y de trabajo con el que termina el libro. Debo confesar con pesar que no se cumplió su deseo.
Tuvo relación personal con Victoria Kent y Clara Campoamor a las que llegó a entrevistar para el Daily Mail del que era corresponsal y colaboradora habitual y escribió, entre otras muchas actividades literarias en defensa del feminismo, el prólogo a la edición española de La mística de la feminidad de Betty Friedan.
Es una falta de respeto despachar en unas líneas una vida tan vasta y tan llena de intervenciones públicas de todo tipo en un momento en que la sociedad española está callada, cerrada en sí misma y al margen de las nuevas corrientes. Sin embargo ella interviene y habla, corre sus riesgos, sabe levantar la voz y la cabeza y tiene medios para defenderse de los muchos enemigos que se granjeó con sus ideas y sus actuaciones. ¡Hasta se retira de los campeonatos de Chamonix de 1924 porque se ve relegada como mujer!
Sin dejar de ser explícita y confesadamente creyente y católica es especialmente sospechosa para la Iglesia, para las autoridades civiles del momento y para los grupos feministas que emergían con fuerza en la sociedad española. Callado y ausente el socialismo eran los grupos comunistas los que atacaban por su lado el desparpajo femenino y cristiano de aquella mujer que intervenía públicamente sin rebajas de mujer ni reparos de católica; y, por el otro lado, no resultaba menos sospechosa para los obispos y católicos de toda la vida.
Hoy la recuerdo entre el olvido general como el que sufren tantas mujeres que en su momento y en condiciones bien adversas lucharon por sus ideas y por su dignidad. Memoria y dignidad para Elia (Lilí) María González-Álvarez,
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