Cayó en mis manos Historias del pasado que son presente. Relatos de mujeres, (México, Pax, 2019), libro en el que participan varias amigas en el que se piensan y se cuentan. Son relatos que reconstruyen un pasado que parece mexicano, local, aunque, por es
El título de este "charro" me lo regaló una de las autoras, o sea, que en él parafraseo una frase que dijo en una presentación.
Este libro me recordó que cuando estudiaba la carrera, Julio Vélez, maestro y amigo, nos habló de la "literatura de testimonio", es decir, nos hizo pensar en el testimonio como género literario; un género híbrido, por supuesto, como debe ser.
Así que por Julio supimos de Rigoberta Menchú, un par de años antes de que recibiera el Premio Nobel; de Domitila Barrios de Chungará bastante antes de saber de Evo Morales? Supimos de Jesusa? Palancares, leyendo el Hasta no verte, Jesús mío, de Elena Poniatowska.
Por ello, como humilde homenaje a esa literatura y a este libro, a las ancestras de estas amigas, y a ellas mismas, primero les digo: ¡enhorabuela!, neologismo acuñado por mi madre felicitando a su nieta y que, por supuesto, guardé para un futuro poema, o algo. Así también homenajeo yo.
Y nada más; callo mi voz y dejo que el libro les hable, les cuente una historia, en retazos de voces, no anónimas sino corales:
Rescatar del olvido las historias de vida de las mujeres que nos antecedieron y reconocer la trascendencia de su ser y hacer, pues aun cuando ninguna de sus acciones resulte sobresaliente o excepcional para el canon tradicional de la historia [?], la reconstrucción de sus vidas desde su propia voz [?] muestra un actuar muy alejado de los estereotipos de la sujeción resignación y pasividad con la que, durante mucho tiempo, se les contempló incluso en las investigaciones que comenzaron a considerarlas como sujetos de la Historia.
Tamara me enseñó con su silencio que uno hace un hogar; donde vaya, como pueda, con lo mucho o poco que se tenga. Que la distancia no impide honrar a los muertos.
Las mujeres como mi abuela también aprendieron a ser sanadoras. La ausencia de médicos y medicinas las obligaba a recurrir a infinidad de remedios caseros que mitigaran dolores e incluso curaran algún padecimiento.
Al aprender a depender solo de nosotras mismas, decidimos no caminar a la sombra de nadie.
Como decía mi abuela: que nunca pase un día de tu vida sin ver al cielo? Y "el único hombre que me dejó con la boca abierta por media hora fue el dentista".
Amalia [?] no sabía hacer nada, ni siquiera mandar.
Mamá, ¿¡qué soy!? [?] Lo que tú quieras ser, mi amor. ¿Qué quieres ser? [?] ¡Quiero ser niña!
@ignacio_martins
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