De nuevo en los cines Vialia se estrena una película salmantina que cuenta la historia de un torero enfrentado a su toro interior
De nuevo, los cines Vialia se visten de estreno salmantino para llenar una sala de cine y aplaudir aquello que nos es más cercano. Y esta vez, con un trabajo que a nadie deja indiferente. Experimental, arriesgado, valiente, el film de Juan Figueroa es un exquisito ejercicio de toreo de salón bien templado, de pulso firme y lenguaje poético, no en vano parte de un verso de San Juan de la Cruz (El hombre que quiera conocer su vía/que cierre los ojos y camine en la oscuridad), y cuenta con la colaboración del poeta Francisco Brines. Se trata de una película que forma parte del tríptico que se completa con 'Animal Piedra', dedicado a Severiano Grande, y 'Hekatombe' que trata la obra y la figura del pintor salmantino Ramiro Tapia, y que en 'Sobrenatural' se centra en el torero Andrés Vázquez.
Galardonada en múltiples certámenes cinematográficos y estrenada el 1 de octubre en la Sala Azcona del Matadero de Madrid, la película, rodada en tierras de Salamanca y Zamora, incide en la búsqueda del protagonista, un torero ya ducho en las lides cinematográficas (rodó con Forqué y con Teo Escamilla y fue amigo de Orson Welles, quien llegó a escribirle un guión) que emprende una búsqueda íntima y reflexiva narrada con el lenguaje arriesgado y complejo de un artista muy personal. Porque Juan Figueroa, quien define su película como una road movie por los estados del interior de la consciencia, no solo es cineasta: escribe poemas, trabaja con música, hace traducciones y muestra una visión cosmopolita propia de quien se ha formado en Francia, Cuba y Brasil uniendo todos los lenguajes artísticos en un ejercicio sintético de fecundas lecturas.
Y la lectura de 'Sobrenatural' es la de un cineasta que quiere retratar el silencio, la intimidad de un personaje que lo tiene todo en cada gesto. Por eso prescinde del decorado, recorta al torero en escenarios donde no hay perspectiva, sino geometría, piedra, arena, plaza, campo castellano, el vacío de las estancias de un museo puesto a disposición de este rodaje intenso. Un rodaje donde el protagonista, el hombre ya mayor, dotado de toda la elegante exquisitez de un matador, se enfrenta no solo al toro, sino a sí mismo. De gestos medidos, de empaque sublime, Vázquez, aclamado a la entrada del cine con el mayor de los aplausos, cuenta una historia sin contarla, porque para Figueroa, lo que vertebra la película no es la anécdota, sino la imagen y el sonido. Se trata de una experiencia visual y sonora donde no hay que entender, sino sentir. Y ese sentimiento, vacío, desnudo, en ocasiones hasta irritante para el espectador, se hace sublime, y se convierte en un ejercicio muy parecido al de contemplar los cuadros de Piero de la Francesca o de la pintura que prescinde de la perspectiva. Puro goce estético.
El toreo se enfrenta al toro, a quien habla en susurros, como el maestro hablaba a la cámara, la máquina que ha perseguido el menor de sus gestos, que le ha embestido, desnudado y a la que ha seducido con su inmensa personalidad, su fragilidad, su dignidad absoluta. Toda la película gira en torno a su fecunda persona, tanto la fotografía hermosa y geométrica de Manis Giousef, como el fantástico trabajo de sonido de Raimundo Martín Luengo y Eduardo de Castro, combinado con el trabajo de la directora de Arte Pilar Dorado. Fecunda persona que se enfrenta a su viaje interior, cuyo germen para Figueroa es el verso de San Juan de la Cruz, sin ningún tipo de subterfugio, desnudo literalmente, jugándosela a cada plano de un film complejo, nada complaciente, que se mantiene en la cuerda floja de la sorpresa, la belleza, la experimentación y, definitivamente, la capacidad de sugerir a un espectador con deseos, como reconoce el director, de acompañar al Maestro en su viaje. Un viaje que recurre al pasado sin que podamos afirmar que el torero, ya anciano, no esté menos dotado de fuerza, de gracia y de digna altanería que en sus tiempos de gloria en los tendidos españoles.
Dedicado el estreno a Celestino Barrena, la proyección ha llenado el cine de rostros del toro, rostros de la vida política salmantina, representantes de las instituciones y, sobre todo, gentes dispuestas a afirmar que de Salamanca sale un buen cine que merece toda nuestra atención. Por ello no podíamos por menos que recordar al pastor de Jonathan Cenzual Burley, al Zaniki intenso de Gabriel Velásquez? por citar dos de los ejemplos que nos han devuelto la tradición cinematográfica de una Salamanca que no da la espalda a sus creadores, y que, durante un visionado intenso, ha sentido, gracias a "Sobrenatural" el aliento de lo eterno. Va por usted, maestro.
Fotos de Lydia González