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Sin confianza en la autoridad
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AL HILO DE LAS TABLAS (POR FERMÍN GONZÁLEZ)

Sin confianza en la autoridad

Actualizado 28/10/2019
Fermín González

"Muchos aficionados han pasado a creer que todos los toros, o la mayor parte de los toros, se afeitan sistemáticamente"

Me comentan muchos y buenos aficionados que tienen desde hace tiempo perdida la confianza en la llamada autoridad competente. Verdad es, que en materia de autoridades precisamente este país, en sus últimos tiempos, no esta para tirar cohetes. Pero estas buenas gentes, se refieren a la autoridad dentro de la plaza de toros, que no aciertan a comprender el porqué de pasar por alto situaciones que, aunque en muchas ocasiones parecen insustanciales, producen discusiones ante la falta de esa proclama de formas sencillas, pero no por eso menos importantes, puesto que además legislado esta en la Ley por Real Decreto.

Es bien sabido que en todo reglamento, sea el que sea, hay ordenamientos rutinarios, que cada cual justifica o disimula, sin que por el momento pueda resultar gravoso a sus intereses. Luego cuando por nimio que parezca el problema, si por alguna circunstancia se complica, comenzamos a reprochar a quienes corresponda, que esta u otra banalidad ya no lo es tanto y debe cumplirse porque así esta escrito.

Puestos en la materia que nos ocupa, en la Fiesta de los toros están incumpliéndose con riesgo de perpetuidad lo ,a juicio de los aficionados, ellos sí consideran de importancia y la autoridad debe tenerlo en cuenta. Por ejemplo:

"Muchos aficionados han pasado a creer que todos los toros, o la mayor parte de los toros, se afeitan sistemáticamente. Desde luego se da por descontado que todas las corridas que matan no pocas figuras han pasado por las expertas manos de un acreditado "peluquero". Si para uso personal tienen uno que les cuida los cabellos, ¿por qué no habían de tener otro para rasurar escrupulosamente a los toros que han de matar?". Maliciosamente, se ha dicho en muchas ocasiones que las cogidas fueron producidas por los toros sobreros.

Pero estamos en época de estadísticas, donde nos dicen las calorías e ingredientes que debemos comer, la renta per- cápita, lo que gastamos, lo que dormimos, la intención de voto y un sinfín de etcéteras interminable. Sin embargo, en cuestiones taurino-afeitadoras no sabemos lo que se dice. Nada. ¡Cuántos toros se detectaron! ¡Qué ganaderías! ¡En qué plazas! ¡Quétoreros los lidiaron! ¡Cuántas multas y denuncias! En fin, donde se descubrió esta "martingala".

Lo cierto es que nadie se atreve a poner en tela de juicio semejante fraude, ni tan siquiera la autoridad, -llamada competente- y para que hablar de la veterinaria. Es más, a día de hoy, en la mayoría de las plazas apenas nadie dice nada y la corruptela se asume como una suerte más, y tan solo se pide que la "fechoría" esté bien hecha y disimulada, y no como ocurre en algunas plazas, generalmente en los pueblos, donde el animal sale con los pitones, cortados de forma que lo hubieran hecho a (martillo y cincel)... es lamentable tener que expresarse así, cuando existe una ley reglamentada, donde viene perfectamente dispuesto cuál es el reparto de responsabilidades en materia ganadera, gubernativa, presidencial y veterinaria, y un sinfín de componendas ministeriales, para que finalmente el fraude y manipulación del animal sea, por todos conocido.

La batalla esta perdida, pues la única defensa del aficionado -el reglamento taurino-, se aplica para aquello que conviene. Será difícil, casi imposible, recuperar la confianza que hoy no tiene el público en sus autoridades; si esto se lograra, al menos las gentes notarían cierta sensación de honestidad y seriedad. Que hay alguien dispuesto a defender sus intereses, para que no dinamiten su bolsillo, ni quebranten su afición.

Aunque hoy por hoy sería cosa de ilusos pensar que tan solo un Real Decreto pueda acabar con los interesados gatuperios que a todo trance no quieren que desaparezca una de las "verrugas" más vergonzosas de la Fiesta. Y si no le ponemos, vergüenza, difícilmente vamos a defender dicha Fiesta. Vamos, digo yo...

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