"El insulto en España es algo consustancial a nuestra cultura. No digo que en otras no existan y, aun menos en los campos de fútbol donde el catalogo de los mismos llegan hasta las ofensas personales, particulares y familiares. Cuando no, con otras actitu
ENTRE PUENTES
INSULTOS EN LOS ESTADIOS DE FÚTBOL
Los campos de futbol, desde siempre han sido los foros, donde el individuo daba rienda a sus impulsos, donde el latido y el pulso se aceleraban o disminuían en función de lo que estuviera haciendo tu equipo. El gol, si era a favor de los tuyos, era un grito casi unánime, rotundo ensordecedor, y donde además era compartido con tus amigos, o simplemente con tus vecinos de localidad. Es evidente, que muchas de estas cosas continúan, y que el fervor popular de este deporte siempre estuvo arraigado en cada ciudad o pueblo de toda la Iberia. El gozo de ver ganar a tu equipo, de nombrar al jugador, goleador, o la jugada certera, y el remate a la portería, siempre era causa ?como digo- de ese frenesí incomparable. Pero desgraciadamente en esto también hemos cambiado, y ahora acudir a un estadio ?no importa- de mayor o menor categoría en demasiadas ocasiones es ya un peligro.
Imagínense a un barcelonés blanco paseando con su esposa y sus hijos por la Diagonal. Al encontrarse a un africano de cara, también paseando con su señora y sus niños, empieza a gritarles, a insultarles y a imitar sonidos de mono. Grotesco e insólito, ¿no?. De hecho, tan insólito que una escena así no ocurre nunca porque la gente normal no insulta sin razón aparente y porque si lo hiciera, el resto de los transeúntes le increparían y le dirían que se ha vuelto loco.
Traslademos la situación unos cientos de metros y situémonos en el Camp Nou. Ahora ya no es tan inusual: dentro de un estadio es normal ver a imitadores de simios insultando a personas de otras razas. ¿Por qué? Primero porque la gente olvida que los jugadores, además de estrellas, son seres humanos con sentimientos. Segundo, porque algunos aficionados creen que los insultos desestabilizan a los contrarios. Y tercero, porque las autoridades y el público callan y, con su silencio, otorgan.
"Alguien que tuvo la suerte de compartir y conocer a Samuel Etoo comentaba: He viajado con él por África. He colaborado con su fundación ayudando a escolarizar a niños africanos. Le he acompañado a hospitales, escuelas y cárceles y le he oído propagar un mensaje de esperanza. Le he visto compartir con los suyos su tiempo, su suerte y su dinero. Por eso me partió el corazón verle en el aeropuerto de Madrid después de que, en el Barsa- Getafe del 2004, un grupo de primitivos le dedicara los ya famosos simiescos alaridos. Etoo estaba solo, en un rincón de la sala de espera, con sus auriculares puestos. Al acercarme me miró y, con lágrimas en sus ojos, me preguntó: hermano, ¿por qué? No supe que decir. No pude explicarle a mi hermano Samuel por qué la gente de mi color se comportaba con tanta bajeza."
Ha pasado ya un tiempo y los simios siguen apareciendo en casi todos los estadios de España. Los energúmenos siguen sin darse cuenta que los jugadores tienen sentimientos. Ante estos espectáculos, muchos reclaman la intervención de federaciones, de presidentes de club, de comités, de árbitros y de demás autoridades para que erradiquen el racismo del fútbol. Y todo esto está muy bien. Todos ellos tienen su responsabilidad. Pero el resto de ciudadanos también tenemos la nuestra. Tenemos la responsabilidad de actuar dentro del estadio tal como actuamos fuera de él: recriminando a los racistas. Si así lo hacemos y si es verdad que éstos son una minoría, sus gritos quedarían sepultados bajo la reprobación de la mayoría, y poco a poco, al ver que sus ofensas no eran oídas por nadie, se fueran desvaneciendo. E, igualmente debería hacerse con aquellos, que pitan o increpan cuando suena el himno de España, en sus estadios. No vale todo para ganar, ni el insulto, ni en abucheo a los jugadores negros, ni el arrojar objetos, ni la violencia con la que muchos acuden a los campos, así como esas bandas donde se refugian enloquecidos matones, que para nada son aficionados, y que solo necesitan sembrar el pánico con el sobrenombre de ultras. Difícil se ha puesto ir a sentir los colores, a animar, a gritar el gol. Y tampoco con estas actitudes, habremos demostrado al mundo, a nuestros hermanos africanos y a nosotros mismos, que todavía somos civilizados. Porque ¿somos civilizados? ¿No??
Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerías
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