Tuonela está cerca. Mucho más cerca de lo que usted cree. A la vuelta de cualquier esquina o en la mitad de cualquier avenida, por muy amparada de árboles frondosos que usted la vea. No olvide que dentro de escasos meses tal vez perderán su hoja y mostrarán su amarga desnudez, su verdadero tronco y sus ramas frágiles.
Suena de fondo el corno inglés con una melodía hipnótica, mientras la orquesta le ofrece un acompañamiento armónico íntimo que fortalece la imagen del cisne que surca misteriosamente la corriente calmada del río, entre las sombras eternas. No hay aquí can de tres cabezas, pero sí un agua fría e inhóspita que atravesar, a duras penas, incluso sin fuerzas. Por eso el guardián se transporta levemente, como si flotara, blanco entre la negrura, con extrema concentración, sin atender demasiado a las almas que se amontonan en la orilla para dar el último paso, el que les llevará al Reino Incógnito, del que pocos han salido, y los que lo han hecho han jurado no volver. Aunque el destino les espera.
Sibelius, con un vaso de vodka al lado y el semblante serio, rasga con delicadeza una partitura; apenas se le transparenta la emoción mientras trata de conciliar la melodía que tiene en la cabeza con las servidumbres del pentagrama. Afuera nieva sosegadamente, y el reflejo de esa blancura tiñe la ciudad de un halo misterioso. En la mesa también se encuentra, como siempre un ejemplar del Kalevala, poblado de héroes y villanos, de villanos y héroes, sin límites bien definidos.
La orquesta se suma con mayor intensidad a la zigzagueante ruta del animal virginal como para mostrar la gravedad del momento, y ya todos acompañan la ruta azarosa por las aguas oscuras que conducen a los remordimientos y a la angustia. Pero la música se amansa, como si el cisne se diera cuenta de que él también está amarrado a la fatalidad. Entonces las cuerdas agudizan el registro y sobrevuelan sobre la dramática melodía, y entonces esta majestuosa ave se da cuenta de que las flechas del pastor del Norte no le han herido a él, sino al bello Lemminkäinen, de áspero corazón. Las ropas quedaron en la orilla, el cuerpo se hunde hecho trizas en el hórrido cieno.
Entonces el cisne acude al lugar del crimen, como señal de auxilio hasta que llegue la madre del héroe que con encantamientos y oraciones logrará resucitar al fallecido y a conformar de nuevo el hermoso cuerpo y la melena pelirroja con una gota de la miel de una abeja sagrada. La nobleza del cisne no será recompensada. Deberá continuar con su recorrido azaroso, desde el que podrá ver que el desagradecido semidiós continúa sus hazañas, sus galanteos y sus burlas insensibles.
El compositor no puede evitar que se le caiga una lágrima cuando va escribiendo los últimos compases. Como tampoco quien escucha la inquietante melodía, que nos recuerda que Tuonela no anda lejos y que tanto los héroes como los villanos, a pesar de los hechizos y de los sortilegios, acabarán irremisiblemente en ella.
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