Hace poco leía un resumen de una investigación que sostenía que el promedio de personas que un individuo conoce a lo largo de su vida es de cinco mil. Era un estudio que tomaba en consideración la población mundial y cuyo resultado más llamativo lo constituía esa cifra. No obstante, en un apartado a mi juicio más interesante, el análisis abordaba el enclaustramiento de ese conjunto de relaciones bajo parámetros definitorios de un determinado estatus social, económico y cultural. Romper el círculo de lo predecible para dar el salto y conocer a personas de diferente nivel económico, otra religión, o que tienen gustos o hábitos distintos a los nuestros, es algo estadísticamente raro. Las afinidades electivas vienen de esta manera predeterminadas. Un fenómeno que no deja de ser ajeno a los cambios de casa que acometemos a lo largo de la vida. Aparentemente, pasar de un hogar a otro sigue un patrón de movilidad que respeta cierta previsibilidad en consonancia con el grupo matriz de procedencia.
Soy consciente de ser un outlier, es decir, alguien atípico resultante de una observación que es numéricamente distante del resto de los datos. Quienes nos dedicamos a la enseñanza estamos sesgados pues conocemos a mucha gente y más aun si participamos en programas aquí y acullá que traen consigo una gran rotación del alumnado. Además, los viajes frecuentes potencian las posibilidades de incrementar el elenco. De ellos, los que implican cruzar el océano aumentan la incertidumbre, algo que dinamiza nuestra entropía. Hacerlo mensualmente acrecienta el paroxismo pues se eleva exponencialmente el número de sitios donde residir y termina confundiendo también el propio sentido de la existencia. De esta forma, y como señalaba Joseph Conrad, el mar, como superficie que atravesar, "nunca ha sido amigo del hombre, como máximo ha sido cómplice de su inquietud". Un desasosiego que conozco bien, pero que no afecta a mi supervivencia.
Ella ha entrado abrumada en mi oficina. Su aire de afectación me intriga. En diez minutos de tribulación me ha puesto al día. Procede de una sociedad donde la violencia lleva años arraigada. Allí la gente se conoce y sabe de sus avatares económicos, por ello todos conocían que acababa de vender la casa de su padre aventurando unos ingresos jugosos. Tras una nota demandando una suma importante siguieron llamadas que le advertían donde estaban sus hijos y la ropa que vestían. Un día en que regresaba del trabajo dos motocicletas se pusieron a su altura en un semáforo. La que se situó a su derecha estaba conducida por una mujer que le hizo un gesto simulando que disparaba. La que se colocó a su izquierda llevaba a dos hombres, el que viajaba en la parte trasera le mostró una pistola mientras que el conductor le recordaba que tenía hasta el lunes para la entrega del dinero. El domingo tomaron el vuelo que les sacó del país. Me dice que no desea conocer a nadie, vivir de incógnito, culminar el doctorado. Su edad ronda los cuarenta.
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