Al escuchar misericordia, esa palabra lo cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tie
La eucaristía es una invitación constante a compartir, a ser solidarios a romper indiferencias con los más pobres y necesitados, aunque sea la miseria del montón de nuestra miseria. Cuando no hay justicia, cuando no se trabaja de manera solidaria y se lucha por cambiar las cosas, la eucaristía se vacía de sentido. La eucaristía es un verdadero signo de fraternidad, es el autentico "sacramento de la caridad", de la misericordia y del servicio. La Caridad es posiblemente la identidad más profunda del ser cristiano.
Cercana la solemnidad del Corpus Christi, día de la Caridad, el Señor nos llama a descubrirle y a encontrarnos con su imagen en todos los hombres y mujeres, sirviéndole en cada uno de ellos, de modo especial, y con inmensa misericordia y compasión, en los más pobres, frágiles y necesitados. Se nos recuerda en estas fechas que es un momento de gracia, un tiempo oportuno para mirar con los ojos del corazón, para mirar y compartir con el hermano, para ser generosos, para darnos la paz.
Los primeros cristianos, entendieron el amor como ágape o cáritas, ese amor al otro por él mismo y no por mí. Es un amor especial donde la persona sale de sí misma, de su propia búsqueda primaria y quiere acoger y encontrarse con el otro. Es un amor que reclama y exige la realización del otro, aunque no saque ningún provecho. El ágape es el Amor que nos introduce en el amor. Es el amor de Dios que nos permite amar con misericordia y hacernos responsables del otro. Ese amor, penetra en mi vida mediante el amor de Jesucristo proferido para nosotros en su encarnación, cruz y resurrección.
Poniendo los ojos en el hermano y subrayando el bello escándalo de la Caridad, quisiera recoger algunos datos del "informe FOESSA", sobre el desarrollo y la exclusión en España. Este informe, que acaba de hacerse público hace unos días, Cáritas lo da a conocer cercano al día de la Caridad. El informe puede sobrecoger si podemos transcender más allá de las cifras, en cada número hay un hermano que sufre, que vive en la pobreza y la exclusión. Personas invisibles y ocultas detrás de nuestras abundancias e intereses, son más de 8 millones, el rostro de una sociedad estancada y opulenta. Un nutrido grupo de personas para quienes "el ascensor de la movilidad social no funciona y no es capaz de subir siquiera a la primera planta".
Siguiendo con el informe, 4,1 millones de personas viven en situación de exclusión social severa. En ellos se ceba la desigualdad y la precariedad en sus diferentes formas: vivienda insegura e inadecuada, desempleo persistente, precariedad laboral extrema e invisibilidad para los partidos políticos. Dentro de este grupo en exclusión social severa existe un grupo de expulsados, que suman 1,8 millones de personas, necesitados de intervención urgente, profunda e intensa en recursos para garantizarles su acceso a una vida mínimamente digna.
El informe de Cáritas nos deja una buena noticia, muchas personas que no tienen dificultades para su supervivencia, que representan casi la mitad de la población, llevan una vida digna en términos materiales y han recuperado los mismos niveles de antes de la Crisis. Pero advierte que un importante grupo, unos 6 millones de personas están en la antesala de la exclusión, cualquier crisis quebraría su sostén económico. Les indigna que los que viven de forma acomodada se desentiendan y desconecten del resto más necesitado. Una parte de la población española consumen en exceso, se sienten seguros en sus ideas y prácticas cotidianas, con poca conciencia y con una cierta fatiga en la solidaridad. ¡Es tremendo!
Más allá de los dirigentes políticos del país, de nuestros órganos comunitarios, los mercados financieros, los bancos o las multinacionales, insensibles a la pobreza, está nuestra responsabilidad. Debemos exigir a nuestros dirigentes y colaborar, para crear otras relaciones económicas y sociales más justas, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y la caridad mutua. Esta pobreza y exclusión debe ser combatida en todos sus frentes, sobre todo en las causas más profundas que la provocan.
La responsabilidad nace de ese amor que descubrimos como misericordia. La acción responsable es una respuesta de nuestra conciencia y de nuestro interior a la realidad que se nos impone como injusta y deficiente. La responsabilidad nos ayuda a recuperar una caridad basada en la justicia, no en la limosna. Mucha pobreza e injusticia ha sido humanizada y enjugada por muchos cristianos anónimos e instituciones como Cáritas, con creatividad, bondad y sacrificio, cuya memoria no se ha perdido, perdura en su justicia y en el corazón de Dios.
Más allá de las cegueras políticas, el mundo se ha movido por personas de a pie, que con su trabajo modesto y silencioso han logrado que muchas necesitados puedan ir saliendo de las cadenas de la exclusión. Una bondad oculta que no puede ser historiada, pero si reclamada con la voz de la justicia y de la bondad. Este movimiento de la misericordia tiene su origen en el propio Jesús, en el anuncio del Reino y de la buena noticia que ilumina la vida de muchos cristianos y las llena de esperanza. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).
La responsabilidad exige un compromiso, más que de acciones concretas de actuación, es un estilo profundo de vida centrado en el servicio con los más necesitados y a la construcción de otro mundo basado en ese amor que procede de Dios y nos interpela. La misericordia no se ejercita en acciones concretas, se vive en cada instante. El sufrimiento ajeno, la necesidad ajena se interioriza en uno y es la vivencia del sufrimiento o de la necesidad lo que nos lleva a la acción. Un Dios cercano, misericordioso, auxiliador, que olvida nuestras pequeñeces y nos ama sin límites. Por ello, muchos cristianos en el devenir de la Iglesia, han entendido que Eucaristía y caridad van juntas, orientadas a crear fraternidad. La Eucaristía es un manual y experiencia de amor y justicia.
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