Profesor de Derecho Penal de la Usal
Las ansias de poder, el odio al adversario y la defensa exclusiva de los intereses de partido, están convirtiendo la política en una actividad cada vez más embadurnada y menos gratificante. En el argot futbolístico, es la técnica de destruir mediante el juego sucio en lugar de construir jugadas para ganar, con elegancia y respeto, al oponente. En este sentido y como buen amante del futbol, siempre he preferido el "Dream Team" al "Catenaccio".
Los resultados de las pasadas elecciones (generales, autonómicas, municipales y europeas), excepto casos aislados, ha sido vencedor claramente el PSOE. Esto, en lugar de inspirar respeto y lealtad a los principios democráticos que identifican a cualquier Estado Constitucional de Derecho, ha generado sentimientos de malos perdedores a PP, Ciudadanos y Vox. Jamás, en la reciente historia democrática, los claros perdedores de unas elecciones han hecho valer su "mala fe política" intentando unir sus fuerzas para degradar, vapulear, humillar y vejar al legítimo vencedor, sobre todo cuando ese ganador dobla en escaños a los claros perdedores: PP y Ciudadanos.
Esta "mala fe" que lesiona gravemente la ética política, pretende -mediante alianzas entre perdedores- acceder al poder al mayor número de gobiernos en comunidades autónomas y ayuntamientos. El argumento que esgrimen estas formaciones políticas es inconsistente, puesto que, al mejor estilo Marxista (De Groucho Marx), los principios los cambian según conveniencia particular (poco importa el interés general de los ciudadanos), ya que en Andalucía, a finales de 2018, el argumento fue que el PSOE ?vencedor de las elecciones autonómicas- había perdido escaños en relación a las inmediatamente anteriores elecciones al parlamento andaluz y, además, el PSOE llevaba casi cuatro décadas gobernando ininterrumpidamente. El mensaje, por tanto, de la coalición andaluza de perdedores, fue que había que cambiar, que los ciudadanos estaban hartos de tantos gobiernos socialistas.
Pero en estos momentos, después de las últimas elecciones locales y autonómicas, ese argumento ya ha perdido vigencia, puesto que en regiones como la nuestra (Castilla y León), aunque el PP lleva gobernando ininterrumpidamente desde hace 32 años y habiendo perdido claramente estas últimas elecciones a favor del PSOE (35 escaños PSOE, 29 PP y 13 Ciudadanos), la coalición de perdedores (PP y Ciudadanos) quiere mantener ese gobierno conservador. ¿Dónde está el cambio que insistentemente predicó el líder de Ciudadanos en Castilla y León, Francisco Igea? ¿Cómo puede permitir que la Junta de Castilla y León sea presidida por alguien, como Fernández Mañueco, sobre el que hay sospechas más que fundadas de que su comportamiento ético-político no ha sido precisamente el más pulcro y transparente posible? ¡"Consejos vendo y para mí no tengo" señores de Ciudadanos y del PP!
Otro tanto de lo mismo sucede en la Comunidad de Madrid, gobernada por el PP, también ininterrumpidamente desde hace 24 años. A pesar de la clara victoria del PSOE de Ángel Gabilondo, la coalición de perdedores (PP, Ciudadanos y muy probablemente Vox) apoyará a la líder del PP en esa comunidad, Díaz Ayuso, como futura presidente de la misma. En este caso es aún más sangrante, dado que la corrupción política ha constituido la seña de identidad de gobiernos del PP como los de Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González o Cristina Cifuentes. Además, se prevé que aparte de los que se están sustanciando en estos momentos, aflorarán aún más casos de corrupción. Recordemos, también, que Díaz Ayuso ha sido diputada de la Asamblea de Madrid y vice consejera de presidencia y justicia del gobierno regional siendo presidentes de la misma, Ignacio González (investigado por la corrupción del caso Lezo y por el que estuvo en prisión preventiva) y Cristina Cifuentes (implicada también en graves casos de corrupción por los que tuvo que dimitir como presidente).
Si en algún caso tiene sentido una coalición de perdedores para acceder al poder, es cuando resulte absolutamente necesario para sustituir a gobiernos que han perdido frescura por haber encadenado varios mandatos ininterrumpidos y han convertido el objetivo fundamental de la gestión política (los intereses generales de los ciudadanos) en cortijos particulares donde reina el clientelismo y la corrupción, prescindiendo de la ética política que debe presidir cada actuación de quién ejerce la representación del pueblo. Pero esto no se da en los casos analizados con anterioridad y que pongo como ejemplos; aunque, evidentemente, hay más en todo el territorio nacional.
Con estos mimbres seriamente dañados no se pueden crear cestos consistentes que soporten una gobernabilidad centrada en el interés general de los ciudadanos, sino en el particular de quienes se creen dueños del poder por "casta y tradición" y no comulgan con la igualdad real de todos los seres humanos que, recordemos, nacen libres e iguales en dignidad y derechos, que proclama el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, de 1948.
Pienso que el error de bulto que está cometiendo Rivera lo va a pagar caro en los próximos años. Este "ciudadano" se encuentra en constante efervescencia -motivada por el odio a Sánchez, puesto que siempre se ha creído un personaje prepotente y mesiánico y se tiene que conformar con ser "mera bisagra" de otros partidos (PP y Vox) para que el PP, contaminado por la corrupción, acceda a distintos gobiernos- y eso le inhabilita para realizar una gestión política sensata, coherente y éticamente razonable.
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