Después de habernos pasado cuarenta años aislados del exterior, soportando carencias y apretándonos el cinturón hasta casi la asfixia, cuando conseguimos asomarnos al resto del mundo e incorporarnos a los círculos internacionales de la cooperación y la solidaridad, siempre aparece algún iluminado que pretende dar marcha atrás porque piensa que nos equivocamos de camino.
Estamos en campaña electoral - ¿cuándo no lo estamos? - y los partidos políticos echan sus redes para intentar capturar el voto que se resiste a picar su anzuelo. Siguiendo la práctica de aquel monje que, sin demasiados escrúpulos, llenaba el saco con todo lo que era bueno para el convento, los políticos venden su alma con tal de alcanzar el poder allí donde puedan sacar beneficios. Quien piense que todos los que figuran en las listas están dispuestos a anteponer el bienestar de sus conciudadanos al propio interés, seguro que se equivocan. Basta observar la facilidad que demuestran para proclamar todo un rosario de prodigios encaminados a satisfacer las necesidades o carencias de los ciudadanos, acudiendo a esa fórmula milagrosa que a nadie se le había ocurrido antes. En este sentido, ni derechas ni izquierdas se libran. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Después, llega la ingrata realidad y pone a cada uno en su sitio.
A los partidos debe exigírseles un mínimo de coherencia. Si nos toca vivir el momento de la globalización, y las naciones se agrupan para ser más fuertes, parece lógico pensar que cada miembro coopere en la medida de sus posibilidades. No es de recibo que un partido esté dispuesto a integrarse en un organismo internacional creado para mejorar la seguridad y el bienestar de sus miembros, y, llegado el momento, quiera disfrutar de esos beneficios, pero no cumplir los compromisos adquiridos. No basta con proporcionar a sus elegidos un empleo bien retribuido y, conseguido éste, reservarse el derecho a colaborar con los demás. Entre otras razones, porque esos políticos representan a todos los electores a los que los han votado y a los que no lo han hecho. Hay que practicar la solidaridad, dentro y fuera.
Todo este preámbulo, viene al caso de la decisión de nuestro Gobierno de apartar a nuestra fragata Méndez Núñez del grupo naval que escoltaba al portaaviones norteamericano Abraham Lincoln. Existe un claro paralelismo con la decisión que tomó Zapatero cuando ordenó replegar las tropas españolas de Irak en 2004. En aquella ocasión, fue la primera medida que tomó Zapatero, pocas horas después de ser nombrado presidente. Bien es verdad que mucho tuvo que ver el empeño de lavar la imagen de un presidente que había llegado al cargo de rebote, apoyándose en la propaganda asociada a un trágico acontecimiento que causó dos centenares de muertos. Había que contentar a los engañados y lo que le pedía el cuerpo era eso. Precisamente el recuerdo de las víctimas era razón más que suficiente para persistir en la lucha contra el terrorismo islámico. ¿O es que la izquierda española piensa que, en el caso poco probable de que Zapatero hubiera vencido en unas elecciones sin el atentado de los trenes, habríamos tenido la garantía de no ser atacados por el yihadismo?
Salvo honrosísimas excepciones, los políticos socialistas españoles parecen no estar hechos de la misma pasta que otros socialistas foráneos. Por más que pretendan disimularlo, nacen al mundo de la política con una carga de falso progresismo y antimilitarismo que no se observa en gobiernos de su color. Si, de paso, se puede subrayar el rechazo a todo lo que huela a EE.UU., no se deja pasar la ocasión. Socialistas españoles no han tenido reparos en asumir responsabilidades a nivel internacional -Javier Solana- o comunitario -Enrique Barón, José Borrell- y no se les notó tanto su revanchismo. El próximo día 26, otros socialistas accederán al Parlamento Europeo, y esa condición exige unos compromisos y lealtades que repercuten en el prestigio de toda la nación. Las muletillas envueltas en un mal entendido pacifismo valen para aplacar las conciencias de quien quiera dejarse engañar. Pero la realidad es bien distinta.
Es cierto que no existe ninguna organización internacional que deba coartar la soberanía de alguno de sus miembros. España es una nación libre para tomar las medidas que crea oportunas. Pero la decisión de Zapatero, en su día, y la de Pedro Sánchez, el pasado día 13 -que, por supuesto, son muy dueños de haberlas tomado- han socavado el grado de confianza que pueden esperar de España las naciones que concurren con ella en los distintos foros internacionales. En contra de lo que se nos quiere vender, las relaciones bilaterales con EE.UU. no pueden ser iguales hoy que hace un mes. Cuando España se comprometió a colaborar en la tarea de fortalecer la seguridad de esa zona, nadie desconocía que la misión llevaba aparejada la posible variación de las circunstancias. Y, porque se conocían, se aprobó la colaboración. Lo que sucede-digamos la verdad- es que está próximo el 26-M, y viste mucho exhibir otro desplante a los yanquis.
La presencia de nuestra fragata en las aguas del mar Rojo era más bien testimonial. Tras su abandono, será rápidamente reemplazada por otro buque de similares características. Nuestra huida sirve para poner al descubierto nuestra escasa fiabilidad, pero, ni mucho menos, para poner en peligro la operación.
Con decisiones como la adoptada por nuestro Gobierno, salimos perjudicados todos los españoles -también los que votaron a Pedro Sánchez- pero, muy especialmente, dos colectivos muy dignos de tener en cuenta. En primer lugar, nuestros astilleros. Superada por los pelos la crisis de Navantia por la venta de cohetes a Arabia Saudita, acabamos de propinar una estocada a la posible fabricación de 20 fragatas como la Méndez Núñez ? otra de las razones por las que la mostrábamos en ese grupo de combate- que desea comprar EE.UU. Ignoro cuál será la reacción de la US Navy, pero no creo que ayude mucho nuestra espantada. Si desechan la operación con nuestros astilleros, supongo que los sindicatos tendrán algo que decir. Si, a pesar de la afrenta, confirmaran el pedido, estarían dando toda una lección a nuestros políticos de lo que significa gobernar anteponiendo el bien común a la ambición particular.
En segundo lugar, otro de los colectivos perjudicados, nuestras Fuerzas Armadas -que saben muy bien lo que significa la disciplina y soportan, de nuevo, el sonrojo de renunciar a la cooperación que se esperaba de ellas. De labios para fuera, nadie escuchará el mínimo reparo a las órdenes recibidas, pero no es un secreto que se sienten manejadas cuando comprueban que se accede de buen grado a misiones que implican riesgos muy evidentes, y se muestra reticencia cuando el progresismo se muestra incómodo. Afortunadamente, ya han dado suficientes muestras de valor, eficacia y preparación allí donde han intervenido, como para que puedan socavar su crédito unos políticos que no están a su altura.
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