La conocí, con nombre de flor, entre pasillos.
Paseaba sus más de ocho décadas, con dificultad, tras una intervención. Con altivez de gran dama, algo lejana y fría, dejaba siempre un hueco de distancia.
La visitaba a diario, hermana de una amiga, y como tal la traté, con implicación y cercanía, siempre cuidando no traspasar el umbral de su habitación y de sus deseos.
Cada día, me sorprendía. Bajo el dintel, mientras la saludaba, observaba su mesa llena de cosas. A diario abría la prensa y se empapaba de todo lo lejano, de aquello que el mundo hace cada día tan difícil de abarcar entre nuestros brazos, con sus intrincables tramas, sus aristas, sus noticias falsas, sus dimes y diretes a saber cuál lleno de mentira o verdad.
La encontraba sentada en su sillón. A menudo frente a una bandeja de comida que siempre le hacía suspirar hondo, como un terrible sacrificio. La cena sí era un suplicio, incluso un anticipado abandono: "llevo años sin cenar", decía, "cenar es malísimo". "Nada después de las seis de la tarde".
Ella había estudiado Farmacia cuando a la Universidad sólo iban unas cuantas. Paseaba su trencita de plata que le daba prestancia de dama rusa, y sus atuendos peculiares, que traducían sus viajes y su libertad de mujer liberada. "En Mayo del 68? qué van a decir los periodistas? Yo estaba allí? Nadie me va a contar lo que allí pasó. Anda que no tergiversaron, como siempre".
En ocasiones, en su mesa, había restos de fruta, mondas, olor a mandarina o a naranja, a plátano recién saboreado? A pastas y postres? (Porque eso, a nadie amargaba?)
Cuando le preguntaban qué quería, pedía libros y revistas de física cuántica. Y allí las acumulaba, en su cabeza perfecta de mujer cultivada. "¿Difícil la física cuántica? ¡Qué va! Me aficioné?". Y sonreía. Yo admiraba esa capacidad a su edad, ese poderío con más de ochenta.
Pasaba su vida pendiente del calendario. De la siguiente cita médica, de las revisiones? De la fecha de ser, por fin, libre.
La libertad no llegaba y nada llenaba sus días. Ni los libros, ni los diarios, ni la física, por muy cuántica que fuera. Y empezó a salir a saludar, a relacionarse de forma incipiente. A pensar que, quizás, ya empezaba a pertenecer a ese otro mundo que no aceptaba.
Le comenté que había estado en la presentación de un libro de poesía, que se lo dejaría, aunque aún no lo había leído y no sabía cómo sería. Lo leyó, y me dijo que ese tipo de poesía no le gustaba, que no le decía nada, y que si no transmitía no valía. Cuando ojeé el libro, pensé lo mismo que ella. Hay textos que, no sabes por qué, no te enganchan. Y aunque les des la oportunidad, no puedes terminar de leer.
El tiempo y las sonrisas suelen hacer en otros lo que el viento en los trigales? Mecer vidas y anhelos, doblegar barreras y distancias al calor de las miradas, de la dulzura, de los saludos, de las palabras?
Un día le comenté que escribía. La vi sorprendida, receptiva, curiosa. Por primera vez imprimí mis escritos, compré una carpeta y fui colocando página a página cada uno de mis relatos. Con mucho cariño, con tanta esperanza como cada uno de mis diarios saludos: deseando que le hicieran compañía en aquellas horas tan largas. Nunca olvidaré su sonrisa, su alegría, su mirada cómplice.
Y me leyó, y me dijo que le gustaban, y que soy una romántica? (bello apellido).
Un día bajó los brazos, dejó de ilusionarse, de leer, de mirar, de tener luz en la mirada, comprendió que no quería estar así en el mundo, "a medias". No hay organismo que aguante la pena. Y se fue sin molestar una madrugada.
Ella me trajo el cariño y la amistad de otras hermanas, personas entrañables, cariñosas, entregadas?
Se fue. Con su nombre de flor, con tu trencita plateada, con su alma viajera. Con su física cuántica.
Por eso la convierto en escrito. Para velar sus sueños la hago relato, para conservar la luz de su mirada, su prestancia de gran dama, la amistad bajo el dintel trabajada, para acercar los saludos, las palabras, las miradas?
mioficioescribir.blogspot.com
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