Hace un año que nos dejó. El eminente catedrático salmantino campea ya en el mundo de las referencias inolvidables de la ciudad. El Arte y la Historia le deben, sin duda, los créditos de estudio y conocimiento de parcelas importantes. La recia Universidad que engola la capital plateresca, cátedra secular de Castilla, acrecentó con él la nómina de próceres egregios habidos en todos los campos del conocimiento. Sin menoscabo del valor personal, que eso no se mide ni airea últimamente, pero que tiene un marchamo importante e indiscutible en el ámbito existencial. Vayamos por partes. Querer ensalzar la ciudad de Salamanca con apuntalamientos personales no solamente es desatinado, sino falta de cordura, claro está; sin embargo, no es menos cierto que el porte de la ciudad y su Arte ?en los términos convencionales y globalizadores que hoy apreciamos? no es más que el producto final de un cúmulo circunstancias: historia y hombres que la hicieron posible; significación cultural en su secuencia cronológica; eventualidades de postín; Arte y monumentos universales, etc. Sobre todo ello, se hace necesario subrayar la proyección aportada por las certeras miradas del pasado y presente que nos trasmiten los principales valores de la enjoyada ciudad. El profesor Álvarez Villar ha cumplido un papel importe ofreciéndonos una óptica muy singular del Arte de Salamanca. A él le debemos la notable interpretación de la emblemática heráldica monumental como manifestación artística de primer orden (Heráldica Universitaria Salmantina...); como bagaje insoslayable de carácter simbólico y legado histórico sembrado de conocimiento. A él le debemos aportaciones sustanciales del Arte del viejo Estudio Salmantino, y estudios de edificios señeros la ciudad histórica (Clerecía de San Marcos, Casa de las Muertes, La Salina, Ventanas salmantinas?), con referencias ineludibles de la arquitectura provincial (La Villa Condal de Miranda del Castañar...) y referencias enjundiosas del arte nacional e internacional (La Pintura del Renacimiento Italiano?).
La aportación científica se engrandece en Don Julián, con notoriedad de altura, con el inestimable valor de saberlo trasmitir. No es cosa fácil. A menudo grandes eminencias de las artes y las ciencias circunscriben sus valores a los quilates intelectuales, siendo incapaces de exteriorizar ni sentir el saber en términos docentes. Villar fue siempre profesor y estudioso de notoria profesionalidad, con el rigor y la seriedad improntada en su médula intelectual, pero con un impresionante marchamo pedagógico. Con mucha pasión. Con esa fuerza inmensa que sienten los demás cuando alguien vive con entusiasmo lo que dice; porque estos profesores proyectan todo su conocimiento a los demás; lo vivencian con intensidad porque saben que ese es el auténtico ministerio de la investigación, el conocimiento y la ciencia. Nuestro profesor conocía como nadie los entresijos de la villa milenaria: Arte con mayúscula, con el arropamiento histórico que llena. Nunca el discurso hueco de las alharacas grandilocuentes del arte de los turistas al uso. Don Julián era un maestro. Lo sigue siendo, porque su aportación, obra y magisterio se ha trasladado a sus discípulos (maestro de maestros). La Universidad y la ciudad fueron siempre conscientes de contar con un prócer de notables virtudes. Un profesor de altura galardonado en justicia con la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Salamanca en el año 2005, que constituye un reconocimiento de la ciudad de primer orden.
El recuerdo de mayor intensidad, que mayormente agranda con sinceridad lo dicho, se encuentra en argumentos personales. La afectividad de un profesor es importante. Igualmente el porte e impronta personal, que engloba matices de naturaleza distinta. En Álvarez Villar destaca muy especialmente su altura humana, respeto y consideración a los demás. Actualmente estamos ayunos, sobra decirlo, de personas y profesores que calibren tan alto las normas de educación, cortesía y deferencia con quienes les rodean, discentes y convencinos. No hablo de mayestáticos docentes, tan al uso antiguo, ni atildados figurones de insustancial prestancia. El profesor Villar derrochaba afabilidad y prestancia en el trato. El Humanismo como valor superior del orden académico y social en todas sus vertientes. Fruto sin duda de su elevada formación. Su extraordinaria vitalidad y longevidad nos gratificaron con sus estudios y profundo saber hasta sus últimos días. Sin estridencias ni alharacas al uso nos dejó materialmente nuestro profesor, que no su obra y conocimiento de Salamanca, que diariamente vivenciamos con sus lecciones sempiternas. La ciudad del Tormes siempre tendrá una deuda grande de gratitud con este referente de Historia del Arte al que todos llamábamos, con la mayor estima del mundo, Don Julián.
Juan Andrés Molinero Merchán, doctor por la Universidad de Salamanca