Cuando en Mallorca y Menorca -las auténticas y originarias Baleares- hablamos de carnaval, es usual hablar de "els darrers dies", que en sentido estricto irían desde el jueves de carnaval ?jueves lardero o "dijous llarder"- hasta el martes siguiente. No hay duda de que hace cuarenta y cinco años el día principal era el jueves, en que íbamos disfrazados al colegio y, luego, por la tarde, íbamos de casa en casa, abriendo la puerta y diciendo la frase tradicional.
"Darrers dies" es literalmente "los últimos días". Últimos antes de los cuarenta de la cuaresma desde el miércoles de ceniza. Todos los miércoles a las nueve de la mañana teníamos nuestra "misa escolar" y ese miércoles era especial porque al final íbamos a ponernos en fila para recibir la ceniza en flequillo. Ahí empezó, precisamente, uno de mis embrollos teológicos: si "polvo eres y en polvo te convertirás", ¿por qué diantres nos ponían ceniza y no polvo? En fin, debates mentales de un adolescente inquieto.
En los días anteriores a ese día particular, aunque algo lúgubre, no había entonces la explosión de color, de música, de desfiles y de luz que ha crecido en las décadas posteriores. Estábamos todavía en los estertores de una dictadura que se proclamaba "católica" y eran más importantes los viernes de abstinencia que las fiestas de disfraces.
Aun así, en especial el jueves de carnaval, cuando ya empezaba a anochecer, nos disfrazábamos un grupo de compañeros de clase ?aún los chicos con los chicos y las chicas con las chicas- y recorríamos las calles tranquilas, apenas sin coches. Eso nos permitía ir por el medio cantando y armando bulla antes de hacer los primeros intentos.
Cuando veíamos una casa con luz era cuando decíamos: "Ahí". Entonces casi todo eran plantas bajas con la puerta sin cerrar. La señora, que estaba adentro, probablemente en la cocina ultimando la cena, decía sin molestarse en salir: "Qui es?". Lo tradicional en esa época era responder: "Voleu fresses?". O sea, preguntábamos al ama si admitía gente disfrazada en su casa y, sin decirlo, con la sutilidad y la flema isleña, le veníamos a pedir también caramelos o alguna moneda, vete a saber para qué ?quizás para que alguno de los más atrevidos comprara sus primeros paquetes de tabaco o sus primeras botellas de alcohol-.
Alguna señora de guasa, al preguntarle si quería disfraces, contestaba desde atrás: "Ja en tenim!", es decir: "¡Ya tenemos!". Que era una forma de responder: "Dejadnos en paz, que estoy con la cena y no tengo tiempo para zarandajas". Otras, más curiosas o tal vez avisadas de nuestro recorrido -porque al final de más cerca o de más lejos todos éramos algo parientes-, salían a la entrada de la casa y se ponían a lanzar interjecciones sobre cómo veníamos pintados y vestidos y, por encima de todo, sobre quiénes éramos o dejábamos de ser, jugando al sobreentendido juego de los parecidos y de las familias. Como con el "Y tú ¿de quién eres?", pero en mallorquín, que no era un puro reflejo de esa expresión, pero tenía el mismo objetivo: "I a tu, d'on te diuen?". Lo que primaba, y seguramente todavía rige, era el "malnom", es decir, el nombre de familia o mote con el que la familia era conocida en el pueblo. Los apellidos entonces como si no existieran.
Y así trascurría nuestro carnaval particular y tranquilo, como era la vida entonces, antes de los desfiles y las carrozas, pero no menos animado. Incluso el domingo llegaría a casa la vistosa ensaimada adornada por sobrasada y frutas confitadas, que llamaba la atención porque era la única época del año en que aparecía, frutas y sobrasada que yo apartaba con cuidado y dejaba en el plato, ya que en el fondo ya habían cumplido su función festiva y, quizás también porque a mí la ensaimada me gustaba como ahora, en su versión modesta, sin abalorios ni afeites innecesarios.
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