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El lenguaje
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El lenguaje

Actualizado 21/02/2019

Agonizan los glaciares y seguimos sin despejar algunos misterios. Cuando hace más de 50 años yo llegué a Madrid me creció la curiosidad, o el vicio, que nunca se sabe qué es lo que te mueve a intentar saber más de lo que sabes.

Yo venía de Salamanca con los 21 años aún recientes y varios asuntos muy parecidos a los enigmas. Por ejemplo, me había empapado de la buena oratoria republicana que a veces daba mucho juego literario, como el chusco enfrentamiento entre mi paisano Gil Robles y un diputado de la oposición. Aunque en las antípodas ideológicas, tengo que sonreír ante el buen parlamentario que fue el salmantino hijo de Petra Quiñones, a quien el adversario, cuando iba a empezar su turno, interrumpió con la ya célebre frase: No hagáis caso a ese, que usa calzoncillos de seda. A lo que respondió Gil Robles con la agilidad mental de una víbora vestida de novia: No sabía yo que su señora era tan indiscreta.

Alcancé a saber por Eliseo Bayo que a Franco intentaron matarlo 33 veces al menos. Y que la primera corrió a cargo de los falangistas al sentirse traicionados. Pero nunca me aprendí la diversidad -tan cercana al cainismo- de las diversas corrientes socialistas. La conclusión: que en el fondo y en la forma hubo muchas ideas que separaban a Largo Caballero, Besteiro y sobre todo a Indalecio Prieto.

A Indalecio Prieto le salvó la vida José Antonio Primo de Rivera. Lo dijo el propio Don Inda en unos papeles que se encontraron en su maleta de México. Y el garrotazo asesino lo preparaban sus propios compañeros. No hay que extrañarse: con Fray Luis de Granada intentaron lo mismo sus hermanos dominicos, y sólo se salvó porque corrió más que ellos al huir a Lisboa. Y ya de Lope, ni hablamos con tantos maridos enfurruñados.

El acercamiento entre Indalecio Prieto y José Antonio Primo de Rivera llegó por lo menos hasta el respeto mutuo. Y creo que hasta una propuesta del hijo del general para crear entre los dos un partido "social" distinto a lo que había. Después pasó lo que pasó. Y parece cierto que hubo un intento de salvar al fundador de Falange por parte del propio Gil Robles, del escritor falangista Eugenio Montes, del republicano de derechas Miguel Maura y de Indalecio Precio que concretó la operación proponiendo un canje de treinta presos republicanos, dinero y la liberación del hijo de Largo Caballero, cautivo en la Sevilla de los sublevados. No parece cierta la versión de que, dados los antecedentes que hemos mentado, Don Inda pusiese poco interés. Más bien, que en el caos de un gobierno al que se le escapaban las decisiones, los mal llamados anarquistas se dieron prisa en la condena y la ejecución.

Pues fue la curiosidad la que me llevó a averiguar dónde vivía en Madrid José Luis Saénz de Heredia, director de cine y primo hermano de José Antonio. Habitaba el último piso de una enorme torre en las afueras, ya en el campo desde donde se veían las montañas nevadas. Junto a esa torre gris y fea había otra gemela. En la de Saénz de Heredia, cuatro pisos más abajo para guardar las apariencias (el cineasta estaba casado) vivía su novia, una chica de Valladolid a quien el crítico de cine salmantino José de Juanes -prestigio y poder- ayudó a convertir en una buena actriz, abandonando su trabajo de corista de Celia Gámez. Se llamaba Conchita Velasco, ahora se llama Concha Velasco, tiene sus añitos, y ha vuelto a vivir donde vivió después de intentar vivir donde los millonarios de verdad.

Estuve hablando toda la mañana con el primo hermano del Ausente. Y no me dijo más de lo que yo sabía, quizás porque él mismo tampoco estaba al tanto. Pero yo sí fui fiel intentando ir a las fuentes, como se hacía entonces, y no esperando sentado a que lleguen a tu mesa un dossier tras otro de compañeros de partido que intentan quitarse la silla aunque para ello tengan que acudir a la traición.

Lo que sí me sorprendió de él fue su manera de hablar de cine, sobre todo cuando se refería a un actor o a una actriz. Para valorarlos decía: Fulanito o Fulanita es bueno o buena porque recita muy bien. Ese recitar era hablar en el cine. Hablar como se hablaba en el cine de Cifesa y cartón piedra con el que Basilio Martín Patino propuso acabar en las famosas Conversaciones de Salamanca de 1955 que él mismo promovió.

Era un lenguaje muy cursi, alejado del pueblo. Pero no tan dañino como el que puso un día Alfonso Guerra, un político vegetal durante demasiados años, pero que en su momento tuvo mucho poder. Ese poder que se resiste a dejar (durante varias legislaturas le hemos pagado entre todos el sueldo de diputado por no hacer nada), convirtiéndose en el azote de su propio partido y ante la perplejidad de unos y otros, en el mejor defensor de la derecha franquista.

Alfonso Guerra recurrió al insulto como práctica parlamentaria. Y ese mismo lenguaje es el que ahora, en momentos de convulsiones y crispación, ha resucitado. Y se oyen palabras como la ministra más sucia, traidor, felón, zombie, ilegítimo, irresponsable, mentiroso compulsivo, incapaz, desleal, escarnio para España, y un largo etcétera en un periodo muy corto de nuestra historia democrática.

Este lenguaje está lleno de injurias por elevación. Y quizás sea fruto de una falta de cultura del esfuerzo, comprando títulos en vez de estudiárselos. O ausencia de cultura democrática que es lo mismo que decir de democracia. Porque la democracia implica responsabilidad. En cualquier caso no sirve de nada para mis nietos. Ni para mí, que me voy dejando atrás un país que va camino de volver adonde nadie pensó. No creo que tenga remedio, pero un poco de jabón lagarto para todos no estaría demás. Porque una cosa es la pasión y otra la artillería.

Creo que estoy echando de menos a Mariano, aunque no hablase sino era de ciclismo y a través del plasma, y no cumpliese con su obligación de rendir cuentas a los españoles. Pero al menos no provocaba cataratas que acaban por dar un poco de miedo.

Y sobre todo echo de menos a mi paisano Gil Robles, que desde el polo opuesto a mi ideología, dio muestras de una mala hostia parlamentaria llena de cultura y dulce veneno.

La depresión concluye en algunas mujeres, que no han salido de las fábricas sino de la universidad, proclamando una progresía o un feminismo mal entendido. Para conseguir la igualdad con el hombre -tarea de todos- se equivocan si consideran imprescindible acudir a la vulgaridad del lenguaje empezando siempre cada argumento con sus genitales en la boca.

Al lado de ellas, Zola fue un monaguillo, y Anais Nin, un ama de cura. Pero a ver quién es el valiente que le pone el cascabel a la gata.

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