La irrupción política de Vox no ha cambiado lo más sustancial de la política española: el mapa electoral. Con ella o sin ella, con Ciudadanos o sin ellos, la polarización política en España se mantiene: la mitad de los ciudadanos se escora hacia la derecha y la otra mitad hacia la izquierda; vamos, como en cualquier otro país democrático y desarrollado.
No es cuestión de que al PSOE lo dirija Pedro Sánchez u otro menos voluble y radical que él, de cómo le vaya a Podemos, o de si al PP le surgen disidencias a su izquierda y derecha. Al final, la suma de sumandos cuadra: la mitad de los electores prefiere conservar las cosas más o menos como están y la otra mitad cambiarlas, con el riesgo y la incertidumbre que eso supone.
Sucede igual, digo, en el resto de países democráticos en los que, precisamente por eso, suele dominar el bipartidismo, al margen de que esos países sean federales o unitarios, de sistema electoral proporcional o mayoritario. Y donde existen más de dos partidos con opciones, estos otros normalmente son de carácter centrista, primordialmente liberal, que ayudan a inclinar la balanza política hacia un lado u otro, según las circunstancias.
Éste, como sabemos, no es el caso de España: aquí no suele haber unos partidos centristas que permitan la estabilidad del sistema. Al contrario. Su inexistencia obliga a que derecha e izquierda deban obtener una mayoría absoluta si quieren gobernar o, si no lo consiguen, se encuentren dependiendo de los (geográficamente) pequeños partidos independentistas (antes nacionalistas) quienes, como su nombre indica, sólo quieren romper España.
Semejante paradoja, que yo sepa, no se produce en ningún otro país democrático desarrollado, entre otras cosas porque, por definición, ya se habrían roto los mentados países.
Así que aquí, una vez más, el destino de todos está en manos de unos pocos que quieren un destino diferente. Sospecho que casi no nos encontramos a tiempo de evitarlo, con la lógica y desastrosa conclusión que ello supondría. Por eso, el último movimiento, gane quien gane las próximas elecciones, debería ser el de modificar la ley electoral, para que de esta manera el peso político de los partidos esté en relación al número de sus votos y no a su ubicación geográfica, es decir, que responda al interés de todos y no sólo al de unos cuantos.
Enrique Arias Vega
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