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Hoy hablo de lo que callo
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Hoy hablo de lo que callo

Actualizado 22/01/2019
Fernando Robustillo

He de reconocer que soy un pecador sin propósito de enmienda. Nunca me arrepiento de lo que escribo. Esto no es petulancia y quizá sea porque estoy a bien con mi tiempo. Aquello que escribí hace cinco años era idóneo para entonces y así quedó, y lo escr

Pero como en este valle de lágrimas -saquen a Julen, por favor- lo importante es ser feliz, es más fácil que se acerquen a la felicidad los segundos que los primeros. Llegar a la erudición es imposible. Servidor -¡qué término más antiguo!-, ya en la mitad de la decena de sus sesenta tacos, mesuradamente se conforma con haber conservado el deseo de aprender, pues su techo de cristal, tan de moda en lo laboral y en la mujer, fue tal hecho invisible en su vida que, sin estar escrito en ninguna ley o código, le impidió seguir avanzando.

Pero para entendernos mejor, vayamos a los ejemplos. Usted nace de su madre, como yo de la mía, y a su madre, en ese instante, no le dicen: "enhorabuena, señora, usted ha tenido un pizzero" (que nadie se moleste, pues podíamos decir un peón, una sirvienta, un recogepelotas o un catedrático). Sigamos: seguro que no se lo dijeron porque, aunque se intuya el porvenir por el estatus económico-cultural, después se dan las excepciones, y habrá quien consiga mucho más de lo que prometía por su origen y puede llegar a ser un reconocido intelectual.

En mi tiempo, desde aquel 1953, año en que nací, hasta hoy, solo he conocido a una persona que no se le discutía nada de cuanto decía, una herudita (con hache, por favor, que quiero recordar que soy amigo de Unamuno, el de los Hunos y los Hotros) utilizada en el peor momento de la Historia del pasado siglo, hablo de la gran Elena Francis, aquella señora que hoy disfrutaría de una moral por las nubes, pues estoy seguro que en su Instagram le harían una sopa de "likes" todos los días.

Eso sí, ¿quién conoce a Elena Francis en la actualidad? Habría que levantar todas las baldosas de la democracia y ahondar hasta el ecuador de la dictadura para revivir sus tardes de gloria como consejera de la mujer. No obstante, como no soy ningún predicador ni santón de la moral, he de decir que quien quiera seguir habitando desde su hogar la casa de "Gran Hermano" o no perderse "Sálvame" ni un solo minuto, está en su derecho: la democracia es libertad y puede cambiar de canal. Yo aún no grabo el programa, aunque debiera de hacerlo, pues el amigo CJC -comer, joder, caminar-, o sea, don Camilo José Cela, no se perdía ninguna fotonovela y, dicho por él, con ellas aprendía más que en la Academia. Llegó a Nobel sin cursar ninguna carrera y le hicieron "honoris causa" sin ser doctor ni practicante.

Ahora, disculpen que me vaya del tema, pero acabo de recordar mi artículo de la semana pasada y, entre otras cuestiones, presuntamente como si fuera mi "puto" héroe, recordaba al gran Sabina y, sin embargo, no pasaron dos días y me la armó, o se la armaron, que creo es lo correcto, con lo que ha entrado en ese club de personajes ilustres, del arte o de la farándula, que han saltado al mundo de la incorrección o de la "corrupción". Con esto se ve que no puedes tener ídolos de barro, pues en cuanto te descuidas, se rompe el muñeco. ¡A ver si es que existe una mala rima de triunfadores con evasores! Ahí están los nombres de confesos, convictos, inocentes, o "por culpa de sus gestores": De manera arbitraria, Imanol Arias, Pedro Almodóvar, Bertín Osborne, Ronaldo, Messi, Neymar, Isabel Pantoja, etc. Y ahora se encuentran en entredicho Joaquín Sabina, Alejandro Sanz o Pau Donés. ¡Qué mala suerte! ¡Qué tendrá el dinero!

Pienso que estos artistas han entendido mal un proverbio inglés que dice: "los pensamientos están exentos de impuestos". Eso debería ser verdad: por pensar nadie debería pagar, pero lo malo es el código de barras, o sea, cuando cobras por ello, pues ya se sabe que el ingeniero paga impuestos por pensar donde puede hallarse la avería, el diseñador cotiza cuando discurre cómo vestir a la reina, Trump cuando "piensa"? Bueno, borra y vámonos. Hasta la próxima.

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