Estas fiestas navideñas se antojan más tristes que nunca en Zamora, una provincia aún fuertemente sacudida por el dolor del asesinato de la joven profesora Laura Luelmo en tierras onubenses.
Hace unos días, un asesino reincidente, de cuyo nombre no quiero acordarme, decidió arrebatarle a esta joven zamorana un derecho tan básico como es el de la vida, apartándola de este mundo justo antes de la llegada de las fechas más familiares del año, las Navidades.
Laura quiso salir a hacer deporte, desconectar y tomar aire, y sus suspiros le fueron arrebatados por una alimaña sin alma ni empatía alguna para con el resto de seres humanos. No pensó en que ella quería vivir, seguir ejerciendo su labor como profesora, continuar con la relación sentimental que poseía con su novio. No pensó en que sus padres, y el resto de familiares y amigos querían seguir teniéndola a su vera, como la habían tenido durante 26 años, más si cabe en Navidad.
Y es que vivimos en una sociedad en la que el respeto al prójimo, y ponerse en el lugar del otro, son actitudes que para parte de nuestros conciudadanos brillan por su ausencia. Y es precisamente la idea egoísta ausente de empatía, unida a la maldad innata de algunos especímenes, la que acaba derivando en desgraciadas consecuencias como la violencia machista o los asesinatos, ya sea derivados de ésta o por otras causas.
Por otro lado, no podemos olvidarnos de que los asesinatos y la violencia siempre han estado presentes en la sociedad humana, pero en nuestras manos está corregir en buena medida estos hechos mediante la educación, aunque sea imposible erradicar del todo la violencia y los asesinatos, pues siempre han existido, con un código penal u otro, con una educación u otra.
Y es que, como sociedad, tenemos el deber de reducir a la mínima expresión posible el número de asesinatos, que en el caso de la violencia machista se elevan a casi el centenar en lo que va de año. Una lacra que, como sociedad, hemos de afrontar con seriedad, todos a una, porque ahora le tocó a Laura Luelmo, pero mañana podría ser nuestra prima, hermana, madre, sobrina,? que ni deben ni deberían tener miedo de ir a hacer deporte solas, o de salir a la calle o al campo sin nadie a su vera por miedo a que un violador o un asesino pueda cruzarse en su camino, apartándolas de la vida.
Por otro lado, en esta ocasión el trágico final de una mujer joven asesinada a manos de un psicópata descerebrado se repite en la provincia zamorana, que aún se encontraba convaleciente por el asesinato hace unos meses de la tabaresa Leticia Rosino. Duros golpes para una sociedad como la zamorana, acostumbrada a vivir en silencio y recogimiento su dolor, sin querer llamar la atención, forma de ser que se palpa en su Semana Santa, austera y a la vez muy sentida, como el aura del interior de sus iglesias románicas.
Unas tristes Navidades para la provincia hermana, y especialmente para los familiares de Laura y Leticia, que este año tendrán que sobrellevarlas, con una injusta ausencia en la mesa, tal y como les ocurrió por un accidente ferroviario en Muñoz hace ahora 40 años a muchas familias del oeste salmantino. En este caso, como Zamora es tierra de romanceros, me tomo la licencia de cerrar el artículo con un romance anónimo, dedicado a Laura Luelmo, que me llegó esta semana por el móvil. Vaya en su memoria y sirva como pésame para sus familiares, novio y amigos. Descanse en paz.
Avanza furioso el Duero
ante el rugir de la hiena,
no pudo hundir en sus aguas
a la víbora de Huelva,
la Catedral se estremece,
contigo Zamora pena
¡Que ha despertado llorando
el viejo puente de piedra!
Trigo que han cortado en flor
herida abierta en la cepa,
quemaron tu madrugada
mataron tu Nochebuena;
de gritos de rabia y duelo
están las gargantas secas
y hasta la Blanca Paloma
viste de negro su Aldea.
Víctima por ser mujer
valiente, culta, muy bella,
víctima de un mundo cruel
que mata sus primaveras,
que camina sin sentido
que no abraza, que no piensa,
que se olvidó de la risa
que va sembrando tristezas.
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