El entierro de Casagemas, de Pablo Picasso
Calímaco, el poeta de la colonia griega de Cirene, escribió hace unos veintitrés siglos este epigrama: "¿Hay quien conozca bien el azar de mañana cuando a ti, Carmis, ayer aún vivo ante nuestros ojos, hoy te enterramos entre llantos? No, jamás Diofón, tu padre, ha visto nada horrible".
Tal dolor lo comprobé hace unos tres lustros, cuando estuve en Cabañaquinta, el pueblo asturiano de donde mi abuelo Alfredo había emigrado a Perú. Fui a acompañar a un sobrino suyo, mi tío Alfredo Pérez, a enterrar a su hijo, mi primo Alfredo. En la iglesia, durante la ceremonia, el tío Alfredo no soltó mi brazo izquierdo: cada mención al hijo fallecido sentía la presión de su mano?
Este trance lo acaba de pasar Luis Enrique de la Villa, maestro de laboralistas españoles y poeta. Aquí el soneto con estrambote que escribió para despedir a su hijo Juan.
Luis Enrique de la Villa (foto de José Amador Martín, Salamanca)
A JUAN, AMADÍSIMO
Desde el día -casi ayer- que naciste
por padres y Tito fuiste cuidado
y, al pasar de los años, fusionado
con esos cinco hermanos que tuviste.
Íntegro y letrado un hombre te hiciste,
dos hijos criaste después de casado,
jugaste el papel de amador y amado
por el amor que a todos dar supiste.
Eras Juan de la Villa de la Serna
y eres ya nuestro firme ligamento.
Fuiste luz y en las sombras la linterna
de hijo, hermano, esposo, padre y amigo.
Alumbraste esas vidas con aliento
que han de seguir encendidas contigo.
Del pan nuestro, eras trigo
y al manar hoy el agua de tu fuente
se hace un río, del que somos su afluente.
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