En abril de 1808 los borbones españoles dieron un espectáculo vergonzoso en Bayona. Napoleón le dijo a Fernando que él no era el legítimo rey de España porque la abdicación de Carlos IV no se había ajustado a derecho, por lo que debía devolver la corona.
Su padre le exigió que se la entregara. Fernando se hizo el remolón y María Luisa, nerviosa porque no sabía nada de Godoy, le pidió a Napoleón que fusilase a su hijo por traidor. Sin embargo la llegada a Bayona de las noticias del levantamiento antifrancés del 2 de mayo aceleraron los acontecimientos.
Fernando, arrepentido, le devolvió la corona a su padre y lo reconoció como rey, a cambio de un palacio-fortaleza y de una jugosa pensión. Y Carlos IV, convertido de nuevo en temblorosa Majestad, no dudó en entregársela a Bonaparte, que le concedió dos docenas y media de millones de reales al año para gastos.
Tras el escarnio, Napoleón guardó la corona en la arqueta de campaña donde almacenaba los laureles y dignidades que iba apañando en nombre de la libertad y mandó llamar a su hermano mayor, José Bonaparte, que parecía andar sin reino. Al verlo le espetó a bocajarro: ¿Quieres ser el rey de España? No hubo dudas, Napoleón se disfrazó de emperador y coronó a su hermano como rey de España y de las Américas con el nombre de José I Bonaparte.
Además, te voy a dar una constitución -le dijo en un aparte. Y en un abrir y cerrar de ojos convocó Cortes en Bayona para que redactasen eso que él llamaba constitución. Pero ni fueron Cortes, ni elaboraron una constitución, si acaso algunos nobles e ilustrados españoles que andaban por Bayona se prestaron a redactar y poner por escrito las leyes que les fue dictando el corso, confeccionando una "carta otorgada[1]" que no llegó a entrar en vigor.
Cuando la notificación de las abdicaciones de Bayona llegó a España, una ola de indignación y rabia recorrió el país. En los pueblos y ciudades se formaron Juntas Locales de Defensa agrupadas en Juntas Provinciales, que al margen de las inertes autoridades, repartieron fusiles y pólvora entre los que estaban dispuestos a combatir al invasor.
Los ciento cincuenta mil soldados invasores intentaron apagar el incendio en Zaragoza, en Gerona y en Valencia, mas España estaba en carne viva, y en julio, a poco de la entrada de José I Bonaparte en Madrid, la gente de armas que habían levantado las Juntas de Andalucía al mando del general Castaños vencieron en Bailén a los franceses del general Dupont y facilitaron que un cuerpo expedicionario inglés desembarcase sus socorros en Galicia.
Aquel rey Pepino de sombra vencida tuvo que abandonar la capital y retirarse al norte del Ebro. Napoleón, furioso, decidió venir en persona con las tropas de élite de su ejército, los laureados doscientos cincuenta mil soldados de la Grand Armée y sólo con ellos pudo reponer a su hermano José en el trono y derrotar a los escasos cien mil hombres del ejército español.
[1] Estatuto de Bayona: No fue redactado, ni elaborado, ni aprobado por los representantes del pueblo. Impuesto desde el poder por Napoleón, presentó el articulado a los notables afrancesados que lo aprobaron.
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