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La penúltima "Cruzada"
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La penúltima "Cruzada"

Actualizado 10/11/2018
Ángel González Quesada

Se acabó. Ni expolio ni ilegalidad. El Tribunal Constitucional ha puesto fin a un áspero litigio, atascado desde la Transición, con un fallo que puede sintetizarse en una simple frase: los papeles de Salamanca son de Cataluña. La sentencia del alto tribunal desestima el recurso de inconstitucionalidad presentado por la Junta de Castilla y León: "No nos encontramos ante un supuesto de expoliación".
De la prensa, 1 de febrero de 2013.

Con más pena que gloria y tanta mezquindad como oportunismo, andan algunos todavía por Salamanca, casi seis años después de la sentencia del Constitucional, esgrimiendo el espantajo del agravio de "los papeles del Archivo", según ellos inolvidable "ofensa al pueblo salmantino" que, cual guadiana sentimentaloide, asoma cada dos por tres a las diatribas de la derechona charra y mesa los cabellos de la indignación helmántica en cuanto el gobierno español no está en manos de las políticas agroconstructoras y ganaderohosteleras que por aquí gobiernan, o cuando les hace falta un empujoncito electoral que, ya se sabe, nada consigue tanto como la afrenta compartida.

Tema este de "los papeles del archivo de Salamanca", de ya tan larga como aburrida historia, que desde aquellos tiempos en que, arropado por una ciudadanía levantada a golpe de manipulación y tergiversación histórica, se concentraba en la plaza mayor de la ciudad del Tormes lo más granado del conservadurismo patrio para mostrar su indignación porque un montón de documentos robados por los franquistas, un archivo creado para la represión y por medio de la violencia armada, pudiera no seguir, tal como el dictador decidió, asentándose en la 'zona nacional' en que siempre estuvo Salamanca.

Ni sentencias judiciales en contra de las pretensiones de los "defensores de la integridad del archivo", ni argumentaciones históricas, estudios y dictámenes incontestables de autoridades e investigadores de todo el mundo certificando la aberración de la permanencia en el Archivo de miles de documentos robados que deberían ser devueltos a sus legítimos propietarios, han hecho desistir a estos "iluminados" de lo indefendible, de seguir utilizando el falso agravio de "los papeles del archivo" como arma electoral y, también, como piedra arrojadiza contra quien se atreve a cuestionar sus dieciochos de julio y sus valles de los caídos.

Ni la vergüenza (mucha) de haber utilizado espacios públicos para exhibir pancartas tergiversando la historia, manoseando el lenguaje, falsificando el pensamiento y hasta mofándose de la verdad, que debería haberles hecho ocultarse de los justos, ni la intolerable y caciquil serie de cambios de nombre de calles de ida y vuelta, como si (aún lo creen) fuera de ellos la ciudad, les ha bajado del burro de la obcecación de defender el robo y el expolio franquista depositado en Salamanca, con que la dictadura atropelló a particulares e instituciones con el fin de humillarlos, vejarlos e insultarlos, en la continuada labor de represión, mofa y desprecio con que los traidores a la República siguieron (siguen) escarneciendo a los derrotados.

Ni los fichajes estrella de los "defensores del archivo" para sus filas y argumentarios (el último, el ínclito Mario Conde) de arrimados de toda laya buscando proyección política entre gentes todavía, ay, crédulas de la manipulación y devotas de la tergiversación histórica, ni la puesta en evidencia una y otra vez de la paletez del proyecto, hacen desistir a esta especie de 'secta justiciera' de su "cruzada" cutre y absurda, pero que quiere mantener encendida una llama que podríamos llamar "del 36" (una, grande y libre) entre una parte de la población más vaga que ciega y menos crédula que servil.

Duele en una ciudad siempre última en las clasificaciones de educación, renta, derechos, cultura, trabajo y futuro, seguir viendo cómo se pierde el tiempo y las escasas energías en la extemporaneidad y la falta de argumentos racionales de esa inútil cruzada, o como quiera llamarse, por los papeles del archivo. Extramuros movería a risa si no evocase el horror de la guerra, y porque la enanez moral en que chapotea políticamente es un lamentable espectáculo de poquedad y charlatanería mal disfrazadas de justicieras. Y duele más comprobar cómo las que debieran ser fuerzas vivas de la ciudad, se mueren en la noria de la repetición y la molicie del inmovilismo, dejando que los arribistas sigan conectando a un tema ya perfectamente aclarado los consabidos monigotes de la unidad patria, el anticatalanismo, las injurias al jefe del estado, la defensa de los símbolos, los sentimientos religiosos y otros de la más pedestre demagogia. Pero duele más saber que se repetirá.

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