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Cuando la verdad no importa
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Cuando la verdad no importa

Actualizado 10/11/2018
Alberto D.

Ahora mismo, a las diez de la mañana de hoy viernes, día 9 de noviembre de 2018, abro cierto periódico en su versión digital y me encuentro que, una vez más, el titular de su portada sobre Abusos sexuales en Salamanca no se corresponde, ni en hechos generales ni en datos concretos ni en matices, con los datos reales que se prueban en los textos siguientes. Y eso en un tema tan grave como el que aborda, con todo derecho por supuesto. Pero lo que queda es el titular.

Precisamente con el título de este artículo a toda portada se abría hace ya su tiempo Ideas, el suplemento que publica y reparte El País. Las páginas interiores intentaban demostrarlo. Y lo argumentaban: cada cosa se toma de prisa, se aísla, se selecciona lo que se quiere oír, se tuitea, se retuitea y los comentadores lo comentan, los tertulianos le sacan punta y los opinadores de bote pronto le dan la vuelta para que tome la forma que necesitan. Al final, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia o descuido o algo puramente residual. ¡Y hasta citaba la cita del Critón de Platón en boca de Sócrates!: "llegar a la verdad más allá de mis opiniones", que es muy verosímil pero que no me acaba de "sonar".

Y voy a tirar casi espontáneamente un poco más de este hilo ?

Hoy, y es algo que nos distingue de otras épocas, esa operación de sustituir la verdad por la mentira se hace a la luz del día, sin pretensión alguna de que una pase por la otra y engañe al incauto. No, se hace sin pudor, se dice la mentira y ya está, sin tapujos ni trampantojos ni simulaciones. Y funciona porque esa pieza forma parte del juego normal del sistema.

Ya no vale la vieja parábola: Un día la verdad y la mentira se fueron a bañar juntas. En un momento dado la mentira aparentando estar cansada salió antes del agua, se puso a toda prisa las ropas de la verdad y se fue. Cuando la verdad salió del agua tuvo que ponerse las ropas de la mentira para poder volver a la ciudad. Y desde entonces andan con las ropas cambiadas y pocos lo notan.

Ya ni eso. Hace tiempo que ni tienen ropa ni se distinguen y sólo los iniciados son capaces de notar las diferencias. Pero esa capacidad es ya irrelevante en el mercadillo de la vida social y en realidad dejó de cotizar como valor añadido. Es lo que se conoce como "infoxicación", en el sentido de que estamos tan calculadamente saturados de información repetida y manipulada que acabamos intoxicados. En nuestro país la analizó clínicamente y le puso nombre ya hace años Alfons Cornellá, aunque desde entonces ha llovido mucho y la dolencia es de mayor gravedad. Peligrosa sobrecarga de triglicéridos informáticos, con mal remedio y sin vacuna según parece.

Y vieja y repetida advertencia la de McLuhan cuando avisaba de que los medios son capaces de transformar los contenidos. Y esa media verdad es un instrumento increíblemente eficaz y versátil, mientras que la verdad tiene por definición menos cintura, menos afeites y menores capacidades de atracción. Y además da mucho más trabajo.

Y queda siempre la pregunta del millón, aquella frase displicente y escéptica del gobernador Pilato, "¿Y qué es la verdad?", aunque su interlocutor planteaba algo mucho más profundo. Y de hecho antes y después la humanidad ha hecho cien caminos para buscarla, colocada ya por Platón en lo más alto del pódium de los dioses y de los hombres junto a la Belleza y la Bondad. Y aun el último que pasó por la esquina se pregunta hoy, de muy diversas formas, por la verdad de las cosas.

Y ahí seguimos, casi sin pasar de las preguntas. A veces incluso escandalizados y alarmados? Y me distrae de lo que escribo aquello de Sócrates de "llegar a la verdad más allá de mis opiniones". Quién pudiera?

Esto lo escribo, para mí feliz coincidencia, a dos días de la celebración cristiana del Día de la Iglesia Diocesana, esa realidad a veces pobre y a la vez preciosa y rica como pocas cosas entre las muchas que conozco, a veces algo desesperante y torpe y muchas otras exigente y fiel hasta donde puede. En la que el obispo, siempre un ciudadano de pura carne y de puro hueso, sufre y disfruta esa realidad tan plural, de luces grandes y de algunas sombras, que siempre es una familia diocesana. Bueno, como toda familia sobre todo si es muy amplia y variada. Difícil cargo, compleja carga, delicada gracia y hermoso don que alguien, llamado obispo con vieja palabra nuestra, hace como servicio eclesial en cada momento. Aquí ahora Don Carlos.

Y para no repetir confesiones y aclaraciones me remito a lo que publiqué en este mismo periódico con el título Yo confieso el pasado 26 de octubre; con dos golpes de clic lo encuentra cualquiera y así evito alargarme.

Y desde estas afirmaciones, sin olvidar personas, hechos, noticias, acusaciones y alusiones de todos estos días que están entre líneas en todo lo dicho antes, yo, humildemente, como el último de la fila diocesana, profeso mi estima total y mi respeto amoroso y profundo por mi obispo y por esta Iglesia diocesana de Salamanca que él acompaña.

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