Los besos que ayer
llenaron mí boca
se diluyeron
en el inextinguible fuego
que emana tu aliento,
El sabor pétreo de tú palabra,
la inerte promesa de un te adoro,
son imágenes desenfocadas,
hojas plateadas,
engañando la noche del otoño.
Creíste que en mí casa no habría otra primavera,
que brumas y lluvia,
habían borrado,
la senda del anhelo.
Olvidaste que amo con la sangre
el aliento,
el pensamiento,
que nunca fui tributaria de tu vida
ni flor desesperada
¡Por mucho que lo desees,
dios de piedra!
ya no duermo en tu puño,
ni me arrullo en el plumón,
de tu cuerpo.
Vuelvo a beber la vida,
fuerte y hondo
Atrás dejé los harapos obsesos de un sueño
Isaura Díaz de Figueiredo
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