"No hay nada menos justo que oír durante más de una hora llantos de dolor en la habitación de al lado mientras mi mano abraza a un alma inocente resignada a crecer entre sondas, pinchazos y miedos a cada diagnóstico diario"
Octubre ha venido para mí cargado de miedos. Ha venido recordando el dolor que en ocasiones se le antoja al destino imponernos. Ha venido en forma de reto, de fe. Y de rabia también. Pero siempre con hueco para la esperanza.
Ha venido a darme silencio, porque cuando se sufre, no se habla: siempre se llora y se reza en silencio. Ha venido para que tome conciencia de lo justo y lo injusto con una heroína de sólo 13 años otra vez en el foco de nuestros días impartiendo de nuevo lección de coraje.
Basta con pisar una sola vez la planta tercera del Hospital Clínico Universitario para saber apreciar el bien frente al mal. Hay pocas cosas más dolorosas que pisar cada día ese pasillo largo. Eterno. Y a la izquierda y a la derecha, detrás de cada puerta teñida de color y decoración infantil, un niño que sufre viendo pasar los días desde una camilla. Eso es lo que hace concienciarse de lo injusto.
No hay nada menos justo que oír durante más de una hora llantos de dolor en la habitación de al lado mientras mi mano abraza a un alma inocente resignada a crecer entre sondas, pinchazos y miedos a cada diagnóstico diario. Nada hay menos justo que oír a una madre, sangre de tu sangre, dar gracias por ver a su hija con vida aunque por dentro sus entrañas estén realmente rotas. No hay nada menos justo que tener que explicarle a un niño que esa es la vida que le ha tocado vivir sin poder argumentar razones objetivas. Y pedirle además que tiene que ser fuerte.
Esto duele. Duele ver que los niños no pueden ser niños. Y que encima a eso se sume un servicio público en ocasiones nefasto que ni siquiera les facilita acceso a wifi o a una televisión sin previamente pasar por caja. Allí cada minuto es eterno, por eso todos los recursos destinados a los niños hospitalizados se quedan escasos. Parece irreal que sean las asociaciones y los voluntarios a título personal los que estén concienciados de ello y quienes pelean incansables por el bienestar de estos niños frente a la pasividad de otros a los que se le presupone cordura y empatía.
Si tengo que sacar algo bueno de estos días de espera me quedo con el coraje de todos esos pequeños. Sus sonrisas siempre están. Y esas sonrisas son las que hacen creer que de esto se sale. Es la valentía que da su inocencia. Los admiro.
Te admiro, Andrea.
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