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La hormiga
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La hormiga

Actualizado 05/10/2018
Elisa Izquierdo

Las cosas pequeñas eran las más grandes. Nosotros, viendo el mundo desde abajo. El cielo tan lejos, la tierra tan cerca. La inmensidad de lo minúsculo. Una hormiga y su hormiguero ya eran otro planeta gigante. La emoción de lo inmediato, del instante, de lo nuevo. ¿Qué es esto? ¿Para qué sirve? ¿Dónde están las nubes? Y entonces el universo a vista de pájaro. Qué poco costaba volar. Hacer de una flor, un cuento. De una cámara, una máquina mágica. La magia. El hacer de la vida una fantasía. Crear. Yo lo recuerdo. Yo recuerdo esas tardes. Yo recuerdo buscar las respuestas sola. Recuerdo observar, observar a mi lado, arriba, abajo, mis manos. Tan pequeña. Recuerdo crearme, crear mi mundo, ser, volar. Recuerdo las canciones, la guitarra, recuerdo los juegos, mis juegos, recuerdo mis historias, la imaginación. Y después, la vida. El crecer. El alejarse de la tierra, de lo esencial. La cabeza ya no está tan abajo, ahora miras de arriba a abajo, en vez de abajo a arriba. Porque la cabeza se llena, va pesando. Las alas van cayendo, menos ligera, menos movimiento. Los ojos ya no miran, solo ven. La boca ya no expresa lo que siente. Las manos ya no están libres para jugar, están pegadas o atadas. Los pies ya no corren, se arrastran. Pero no puede ser. Tiene que haber algo más. Porque el corazón persigue aquello, persigue lo esencial. Va moviéndose hacia la luz. Hacia esa luminosidad infantil. Porque yo lo recuerdo, y me digo que la niña me está buscando. Sigue correteando por los pasillos, cantando. Sigue inventando cuentos interminables.

Y es que el tiempo es un reto. Un reto para reinventarnos, encontrar ese niño. Encontrar esa inquietud, ese sueño travieso, esa temeridad inocente de la curiosidad, esa energía. Un volver a mirar hacia arriba. Hacerse hormiga, ser humilde, buscar la simpatía y la generosidad de la infancia intermitente. Cuesta tanto correr detrás de ese niño, qué rápido corre, qué bien se esconde entre la monotonía de lo absurdo, qué bien evita los lugares transitados, el ruido. El niño está en los rincones, juega al escondite. Y a veces sientes la necesidad de dejarle marchar para siempre, decirle quédate allí, de donde viniste, sé feliz en tus escondites, yo me voy que me llaman de otra parte. Pero el niño te llama, te grita a veces, y cuando lloras te acaricia el pelo y te dice, eres a mí a quién buscas. No estoy afuera, estoy aquí, contigo, en ti.

Cada vez que te alejas de lo que eres, te alejas de tu niño o tu niña. Pero la vida te avisará, necesitarás ser ese niño para volar sin peso, al final, la vida es un retorno. Morir es volver a nacer, y en la vida se muere varias veces.

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