En los 35 años del reinado de Isabel II -diez de ellos de regencias- los liberales liquidaron por derribo el sistema político, social y económico del Antiguo Régimen y construyeron un nuevo orden capitalista sustentado por una monarquía parlamentaria, un entramado confuso de clases sociales y la imprescindible argamasa del dinero.
Por fin la burguesía española de los negocios se hizo con el Estado, aunque tuviera que compartirlo con la nobleza. Después del milagroso acontecimiento en el que los señoríos solariegos mutaron en propiedades capitalistas, emparentaron los unos con los otros y borraron oscuras cicatrices.
En el año 1846 decidieron que si Isabel II había sido reina a los trece años bien se podía casar a los dieciséis. Pensaron que así tendría más estabilidad emocional de la que parecía estar necesitada. Y después de mucho rebuscar optaron por casarla con su primo, Francisco de Asís y Borbón. ¡Con Francisquito no! ¡Con Francisquito no! ?gritó la reina-niña al enterarse.
Poco les preocupó que a la bravía fogosidad que apuntaba la reina le apañasen un marido enfermo de hipospadia, ni que lo único que tuvieran en común fueran las puntillas y su apetito de santos. De esta forma comenzó un matrimonio desgraciado con Francisquillo marchando detrás de la pomposa y oronda reina como un perro-flauta, que aunque tuvieron once hijos de paternidad discutida, resultó un fiasco, y destiló infelicidad e infidelidad.
Hasta que en 1868, asumiendo lo acordado en el pacto de Ostende, el general Juan Prim y el almirante Juan Bautista Topete, sublevaron en Cádiz la guarnición, la flota y el barrio de la Viña, exigiendo la marcha de la reina y una nueva constitución. La alta burguesía financiera, industrial y terrateniente, en nombre del orden y de la paz social se sumó a la rebelión, con lo que formaron juntas, y repartieron armas para que los "Voluntarios de la Libertad" hiciesen frente a los conservadores que apoyaban a la malquerida Isabel.
Hasta que el día 28 de aquel mes de septiembre, el rebelde Francisco Serrano, el General Bonito, derrotó en el puente de Alcolea a los leales a la reina al mando de Manuel Pavía y Lacy. Y la reina, que andaba refrescando sus obesidades con las aguas de Lequeitio, se marchó al destierro a cosechar nostalgias.
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