Las bodas y los protocolos médicos sólo me habían dejado tres días libres durante la última semana de agosto, que se suponía era toda entera de vacación. Como no hay que llorar por la leche derramada, ya me había organizado comprando por internet la entrada de la magnífica Exposición sobre "Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos". Jubilado que soy, la entrada con audioguía no me pareció cara, 9,50 ?, para lo mucho que la Exposición ofrece. Es posible que fuera provechosa para mí por un simple detalle: hice ayuno antes de adentrarme en ese horror sistemático y planificado, ayudado por un par de pinchos y una botella de agua en uno de los muchos y buenos bares de tapas del Madrid de los Austrias, antes de tomar el carísimo Metro, malacostumbrado como estoy al magnífico servicio de autobuses de Salamanca.
No me parece decente resaltar ninguno de los detalles. Simplemente hay que ir y sumergirse en el Misterio del Mal?si uno tiene estómago y alma para aguantarlo, pues una y otra vez se le revuelven las tripas, las del espíritu y las del abdomen. Paso a paso el espectador va asistiendo al surgimiento de la ideología nazi, que una vez conquistado el poder, pone toda la bien engrasada maquinaria del Estado al servicio del Mal en estado puro, aprovecha y maximiza la probada capacidad organizativa de la burocracia alemana para lograr construir un paraíso para la raza aria, utiliza todos los recursos científicos y técnicos de la industria para eliminar físicamente a los subhumanos y a las razas inferiores, aunque a unos pocos les deja seguir viviendo?para que puedan trabajar como esclavos: judíos ante todo, pero también gitanos, homosexuales, comisarios y combatientes bolcheviques, izquierdistas en general, creyentes católicos y protestantes de los que se pudiera sospechar que se oponían a la ideología nazi. Todavía quedan europeos que niegan el Holocausto, la Soha. Pero el gran riesgo es banalizar el mal, no darle importancia, considerar que es cosa del pasado, que a nosotros no puede pasarnos esto. Confieso que tuve que sentarme un ratito para poder digerir cómo las SS y la maquinaria nazi, en general, iban perfeccionando las técnicas de exterminio y eliminación de las pruebas ?cientos de miles de cadáveres-, compitiendo las guarniciones de los diferentes campos de concentración en eficacia, ahorro de costes y captación de riqueza residual de los asesinados, incluidas las piezas de oro de las dentaduras de los gaseados con Cyclon-B, un insecticida muy eficaz contra los insectos, pero cuyo ácido cianhídrico tardaba en matar a los encerrados en las cámaras de gas entre quince y veinte minutos. Era un sufrimiento inútil, pero mucho más barato y más limpio que una bala en la nuca.
Como contraste a esta experiencia de más de tres horas en la Sala de Exposiciones del Canal de Isabel II en Madrid, llegado a Salamanca a una hora prudente para no cenar tarde, aunque poco, pues no estaba el estómago para muchas glorias, pude descansar lo suficiente para emprender al día siguiente otra aventura espiritual de signo contrario: la visita tranquila a la Exposición "Mons Dei" de las Edades del Hombre en Aguilar de Campoo, de la que tal vez escriba otro día, así como acercarme ?ya llevaba años con ganas de hacerlo- a las antiguas exclusas del Canal de Castilla en Frómista, que permitían elevar las barcazas que venían cargadas de trigo desde Medina de Rioseco y hacerlas llegar hasta la industria harinera de Aguilar de Campoo desde finales del Siglo XVIII hasta 1950, en que ya empezaban a asomar por nuestras malas carreteras los camiones Leyland y Mercedes que provocaban mi admiración cuando era niño, sobre todo cuando muchas veces me deleitaba en ver a la única camionera profesional que debía haber entonces en Salamanca, sacando un camión Leyland de su cochera en el Paseo de San Antonio.
La Ingeniería de la Ilustración, que floreció en esa locura de hacer navegable la seca Castilla, tal vez no fue todo lo rentable que se preveía para modernizar el campo de la Castilla profunda, pero fue un intento positivo, del que todavía se benefician los vecinos, los peregrinos y los turistas.
El Mal y el Bien no están en la Tecnología, sino en la cabeza y en el corazón de cada uno de nosotros. Y en los de "las masas", esa categoría moderna fruto de la revolución Industrial y que tan fácilmente manipulables han resultado en los últimos doscientos y pico años. Tengo para mí que al Misterio del Mal, cuyo fruto maduro fue Auschwitz ?y también el "Archipiélago Gulag", que no se sabe cuál de los dos encarnó mejor el Mal-, solo se le puede combatir desde la Ilustración y desde el "Mons Dei", Fe y Razón indisolublemente unidas y transformadas en tecnología aplicada al desarrollo sostenible, a la paz y a nuestra progresiva humanización, una "asignatura" que cada generación debe esforzarse en aprobar con inteligencia y trabajo duro. Desde "El Monte", Dios nos ofrece las posibilidades y los horizontes. Nosotros debemos poner el esfuerzo compartido y el agradecimiento.
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