Profesor de Derecho Penal de la Usal
Este fin de semana el PP celebra un congreso extraordinario en el que los compromisarios elegidos por el 80 % de los militantes con derecho a voto (del 7,6% de los militantes reales, que son los que tienen al día sus cuotas de militancia, es decir, un 6 % del total, que como se puede comprobar no es que sea demasiado representativo) en la primera vuelta de las primarias celebradas hace dos semanas. Resulta paradójico que hubiera un porcentaje de votos mucho mayor en el referéndum ilegal del 1 de octubre en Cataluña que en las primarias del PP por parte de sus militantes. ¿Es esto un claro déficit de democracia interna en un partido en el que siempre se han hecho las cosas por la imposición del "dedo" de quién ostenta el poder y la ciega obediencia del resto? En cualquier caso, es una cuestión interna de esta formación y los que no formamos parte de la misma podremos opinar, pero no participar en la elección.
Porcentajes aparte, lo que se ha visto en los últimos tiempos en el PP es una estampa de división y enfrentamiento irreconciliable entre dos sectores claramente identificados: la derecha representada por Sáenz de Santamaría, más moderada y próxima a Ciudadanos y la ultraderecha reaccionaria, dirigida por Pablo Casado, ideológicamente más cercana a Vox, los Tories británicos o el movimiento Tea Party norteamericano. Y las espadas están en todo lo alto porque, aunque Sáenz de Santamaría ganó en las primarias, la tercera candidata en liza con aceptables resultados en esas mismas, Dolores de Cospedal, ha evidenciado públicamente su apoyo a Pablo Casado, por lo que todo apunta que los compromisarios delegados, salvo sorpresa de última hora, darán el apoyo mayoritario a este último.
Los apoyos políticos y mediáticos que tienen los dos candidatos también están claramente identificados. Así Sáenz de Santamaría es aupada por Arenas, Celia Villalobos, Montoro o el propio M.Rajoy, mientras que por Casado están haciendo campaña nada menos que Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes e incluso José María Aznar y la FAES, además de la asociación de corte ultracatólica "Hazteoir", por ser el candidato Casado favorable a la penalización del aborto consentido y contrario tanto al matrimonio homosexual como a la ideología de género, que, según el candidato, es "un colectivismo social que el centro derecha tiene que combatir".
No creo que esta última sea la ideología dominante en los países más avanzados del mundo, ni siquiera en los más conservadores. Los países de nuestro entorno mantienen una clara separación entre Iglesia y Estado. Parece que la ultraderecha española no puede o no quiere desprenderse de las pesadas mochilas del nacionalcatolicismo. Incluso en la archicatólica Irlanda se ha aprobado, en mayo y por referéndum (votaron sí el 66 %), la reforma de la Constitución para despenalizar la interrupción voluntaria del embarazo y hace tres años se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Por su parte, los inicios en la actividad política de ambos candidatos también son diferentes. Mientras Sáenz de Santamaría comenzó como asesora del entonces ministro M. Rajoy del gobierno de Aznar, cuando ya era profesionalmente Abogada del Estado, Casado se afilió al PP, fue presidente del grupo juvenil Nuevas Generaciones de Madrid y diputado en la Asamblea de Madrid, antes de finalizar sus estudios de Derecho y, por tanto, sin una actividad laboral profesional diferente a la política. Esto último no es ni bueno ni malo, aunque, a mi juicio y debido a que considero que el ejercicio de la actividad política debe ser temporal, sería conveniente que los políticos tuvieran una profesión conocida, de dónde proceden y a dónde puedan volver una vez finalizada su singladura política. Es la mejor garantía, por otra parte, de que el ejercicio de la política se realice con objetividad, honestidad y anteponiendo siempre el interés general como objetivo irrenunciable de actuación. Supone también un importante antídoto contra comportamientos políticos desviados y corruptos. El político sin otra profesión puede, desde este punto de vista, doblegarse con más facilidad a los intereses electoralistas y de partido, ya que éste sabe que la política es el medio de vida y subsistencia de aquél.
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